El joven
marinero Braian se presentó un día de franco en la quinta (así se llamaban las
parcelas de tierra en donde las familias isleñas vivían y trabajaban) de don
Cipriano Fuentes. El hombre, como siempre, estaba alimentando sus gallinas,
tejiendo un canasto de mimbre, o simplemente mateando con su habitual
imperceptible sonrisa.
-He osado
venirme hasta aquí para preguntarle por el camino de la perfección personal,
por la forma en la que he de lograr la virtud. Siempre he admirado su
serenidad, y la certeza de sus acciones, que parecen suaves y simples.
Don Cipriano no
respondió por unos cuantos largos segundos.
Autor de la obra: Juan Arancio
-Usted ya es
perfecto, no hay nada que perfeccionar ni tiene ninguna virtud que lograr,
sentenció el hombre, al mismo tiempo que le ofrecía un pomelo al chico.
Lo llevó hasta
el muelle. “El agua simplemente fluye, no hace nada y todos, animales, hombres
y plantas vivimos a su vera. Así los árboles se nutren y los peces tienen su
espacio.
El sol no hace
nada ajeno a su esencia tampoco, sólo es Sol, y todos buscamos su luz y vivimos
de ella.
La luna no hace
nada más que ser Luna, y así los días y las noches se suceden en orden, las
plantas crecen y los niños nacen.
Ninguno de ellos
necesita perfeccionar nada. Todo es perfecto en su original ser. No hay nada
que hacer o agregar para lograr la perfección, más bien quitar todo lo que es
artificioso, accesorio, lo que no es verdadero, y sólo ser su ser real. No hay
nada que mejorar.
Nacemos reales,
con nuestra esencia desnuda, y nos vamos tapando con años de mentiras,
disimulos, reglas, ritos y caprichos que nos alejan años luz de lo que somos en
verdad.
El sol, el agua,
la luna, mis gallinas, no ejercen ninguna virtud. No hacen nada más que ser lo
que son, y así todo está ordenando acorde a la perfecta armonía de la
naturaleza. Todo se desvía, se entorpece y se embrolla cuando queremos ser lo
que no somos, cuando esperamos las cosas ya mismo, inmediatamente, en tiempos
imposibles, o cuando deseamos satisfacer necesidades que sólo existen en
nuestra pobre cabeza.
Ahora usted
viene a preguntarme cómo he llegado a la perfección y cómo logré desarrollar mi
virtud, y a mí solo me cabe sorprenderme ante su pregunta. Este viejo no ha
llegado a ninguna parte, porque nunca ha salido a ningún lado. Sólo soy yo,
Cipriano Fuentes y nada más. Como lo son este arroyo, el sol, la luna y mi
canoa. No tengo nada que decir al respecto, muchacho.
Usted ya es
perfecto, sólo que su esencia está tapada por capas de preguntas, imágenes,
apegos, quediranes e ilusiones. Yo nunca me pregunté nada, ni hice nada. Sólo
he sido lo que soy. Hacer con naturalidad es Ser Verdadero. Yo no hago nada
forzado y en mi quinta todo está ordenado y el bicherío hace lo que tiene que
hacer. Las azaleas y las hortensias florecen a tiempo, y los naranjos y
ciruelos se ofrecen en el momento preciso. Cada fragmento de la gran Unidad
hace lo que en esencia es, y el Todo camina armoniosamente sin reglamentos ni
leyes artificiales. No tengo nada que decirle sobre la perfección, más que
alentarlo a que mira a su alrededor, y luego para adentro.”
Luego el isleño
hizo silencio, armó un cigarro y fumó mirando la costa de enfrente desde el
muelle.
Braian se
despidió, subió a su canoa y permaneció callado por cuatro días.