miércoles, 11 de octubre de 2017

La decapitación



La verdad que puede ser expresada nunca es la esencia de la verdad.
El Tao que puede ser nombrado con palabras no es el Tao verdadero.
 


Sin nombre es principio del cielo y de la tierra, y con nombre, la madre de los diez mil seres.

El que es puro de corazón y no vive en su mente ve su maravilla.
El que anda lleno de deseos y camina por la senda del concepto y la palabra no ve más que los últimos reflejos fragmentados del Tao.

Las palabras son el modo en que la mente se expresa. La ausencia de palabras, el silencio, es la lengua del corazón. En ese callado lenguaje es como se comprende la unidad de todas las cosas y la esencia de la verdad subyacente de Pacha.

Un buen maestro no llena de ideas y conceptos al discípulo, sino que le "cortará la cabeza" para que emprenda el camino del lenguaje del corazón, el silencio que conduce a la raíz.

¡Cuanto más explica un maestro con sus actos que con sus palabras!

El magisterio del palabrerío y el concepto siempre muere en un callejón sin salida.
Bendito el que encuentra con quien aprender de la enseñanza sin palabras y del hacer sin hacer.

Toda la energía que se disipa en el incesante parloteo mental ha de concentrarse en ese otro centro de conocimiento y relación con el Tao que es el corazón.

Con cabeza se es del mundo, sin cabeza se es del universo.

En los mitogramas andinos plasmados en infinidad de cerámicas se ven cantidad de cabezas cercenadas, actos de decapitación que horrorizaron a los estudiosos europeos ignorantes de cualquier otra cosa que no pueda tocarse y verse, y en seguida acusaron a los pueblos indios de los Andes de salvajes que realizaban sacrificios, y de paso justificaban el atroz genocidio que se festeja dentro de unos días.

Esta idea afín al taoísmo, al budismo y otras tradiciones, era de esta manera expresada por los americanos.

Pasar de la palabra al silencio.
De la explicación al testimonio en acto es el método de cualquier buen maestro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario