La tensión interna que nos provoca una palabra, determinada situación, es una alarma infalible para prestarle atención al punto que está detonando en nuestros adentros.
No lo podemos ver a menudo, entonces nos decimos que “nos hacen”, “la incoherencia de tal”, y mil relatos más que suenan maravillosamente armados y sin grietas en nuestra cabeza.
Quien nos ama verdaderamente es quien puede soportar esa tensión, dejar pasar y con amorosidad decirnos eso que no queremos escuchar o somos incapaces de ver.
Pero tiene un límite.
Contemplar es recibir.
Observar es absorber.
Habitarse, acecharse implacablemente. No hay derecho a llenar de tensión el ambiente ni cargar con eso a los demás.
Un instante de ausencia es una sala vacía para que la ocupen con inercia todos nuestros inferiores rasgos.
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