sábado, 23 de julio de 2022

El instante de ausencia

 



La tensión interna que nos provoca una palabra, determinada situación, es una alarma infalible para prestarle atención al punto que está detonando en nuestros adentros.


No lo podemos ver a menudo, entonces nos decimos que “nos hacen”, “la incoherencia de tal”, y mil relatos más que suenan maravillosamente armados y sin grietas en nuestra cabeza.


Quien nos ama verdaderamente es quien puede soportar esa tensión, dejar pasar y con amorosidad decirnos eso que no queremos escuchar o somos incapaces de ver.


Pero tiene un límite.


Contemplar es recibir.

Observar es absorber.


Habitarse, acecharse implacablemente. No hay derecho a llenar de tensión el ambiente ni cargar con eso a los demás.


Un instante de ausencia es una sala vacía para que la ocupen con inercia todos nuestros inferiores rasgos.

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Nada extraordinario

 



Nada extraordinario,

Todo igual pero diferente e imbuido de una nueva magia y luminosidad.


Los buscadores hacen la correcta pregunta, como le hicieron al máster de Nazaret aquellos que lo seguían: “maestro, ¿Dónde vives?”. No le preguntan por un método o sistema que los lleve a experiencias espirituales, no solicitan unas determinadas normas de conducta para acceder a tal o cual recompensa.


Simplemente quieren conocer su morada para estar junto a él. Anhelan permanecer en su presencia. Y todo lo que estar en la simple cercanía del maestro implica.


Y él responde lo que un verdadero maestro responde al honesto buscador: “vengan y lo verán”.


Ni explica ni verbaliza las experiencias del camino interior, ni les promete fuegos artificiales ni trompetas angelicales.


Los invita a ponerse en marcha sobre sus propios pies (vengan) y a abrirse, a ponerse en disposición, experimentar (verán).


Ese mismo hombre simple que anda rodeado de otros tan sencillos como él, es portador de algo que modifica la perspectiva, que abre las puertas del Reino y conecta con el hilo de la existencia. 

Y ellos quieren descubrirlo.


Nada extraordinario,

Todo igual pero diferente,

Imbuido de una nueva magia y luminosidad.

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Hacer la tarea

 



Encontrarse,

Reconocer la tarea,

Asumirla 

Y luego olvidarse de uno por completo.


Instalarse en el lugar correcto.

Ser impecable. Ni demás, ni de menos.


Nada que ver con el santo

Ni el religioso ni el moralista.


Hay una senda por recorrer que le es propia a cada uno.

Casi todas, de algún modo u otro conducen a los demás, para encontrarse a uno mismo ahí, en ese mar del todos

Para luego volverse a olvidar completamente de sí.


Y así, como las olas en la playa, un loco y suave ir y venir, del recuerdo al olvido, del olvido al recuerdo, y en el medio, el cumplimiento de la misión encomendada, por más secreta y callada que esta sea.

¡Nunca la olvides!

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Sin rumbo

 



Andando campos sin rumbo,

Fuegos de la tierra taurina.


El hilo de la existencia nos sostiene a cada paso, en cada suspiro de cielo hacia el Amado.


Abandonar los planes,

Descartar al pensador,

El testigo observa al observador.

Ser los brazos y piernas de Aquel al que solo se lo encuentra al abandonar toda búsqueda.


Yendo hacia los otros vislumbramos las puertas de nuestro corazón.


Si bien sin salir por la puerta puedes conocer el mundo,

Viajando mil millas arribas a la confirmación de tus senderos.

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Sin apuro

 



Entre Cielo y Tierra

La danza de vacío y plenitud

Marca el ritmo que llevan

Los asuntos de aquellos 

Que caminan el Camino.

Sin apuro,

Sin demora.


Nada que rechazar cuando llega,

Nada que retener cuando se va.


Hay un gran misterio en ahuecarse como el bambú y permitir que suene la melodía a través de uno.

Es el legado del Manso de Dios,

Del tonto de la colina que ve al mundo girar,

Del que marcha firme a cumplir su destino encaminado a su ocaso, montando el pacífico buey azul.

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