miércoles, 6 de mayo de 2015

Chuang Tzu, los libros, las palabras y lo que no puede decirse.

El Tao estimado del mundo está en los libros. Los libros no son más que palabras, y las palabras tienen algo por lo que se las puede estimar. Lo estimable en las palabras es la idea. Las ideas tienen un objeto, pero el objeto de las ideas no se puede expresar con palabras. Mas como el mundo estima las palabras, las transmite por medio de los libros. Aunque estimados éstos por el mundo, no los tengo yo por dignos de estima. Pues lo que se estima no es lo verdaderamente estimable. Al igual que lo que se puede ver son las formas y colores, y lo que se puede oír son los nombres y sonidos. ¡Lástima! Imagina el mundo que por las formas y colores, por los nombres y sonidos, es posible conocer la realidad de las cosas. Pero la verdad es que por las formas y colores, por los nombres y los sonidos, no es posible conocer la realidad de las cosas, y por eso el que sabe no habla, y el que habla es que no sabe.



Hallábase el duque Huan leyendo en el piso de arriba de su residencia, mientras debajo el carretero Bian labraba una rueda. Dejó éste el martillo y el escoplo, subió al piso de arriba y preguntó al duque Huan: "Osaría preguntar al duque qué se dice en lo que está leyendo."

-Son dichos de hombres sabios- respondió el duque.

-¿viven aún esos sabios?-preguntó el carretero.

-¡Están todos muertos!- exclamó el duque.

-Pues entonces, lo que lee el señor son los posos de los antiguos hombres.

-Cuando mi persona lee-dijo el dique Huan-, ¿Cómo osa un carretero opinar a su antojo? Si eres capaz de darme razón de tus palabras, pase, que como no puedas, he de ordenar tu muerte.

-Vuestro siervo-dijo el carretero- ve las cosas desde la experiencia de su oficio. Cuando labra una rueda, si la hace holgada, entra suave pero no queda bien sujeta; y si estrecha, queda dura y no entra. Ni holguras ni estrecheces, sino lo que conviene a la mano y responde a la mente. La boca no puede declarar ese arte misterioso que hay entre los dos extremos. Vuestro siervo no ha podido comunicárselo a su hijo, ni el hijo de vuestro siervo ha podido comunicárselo a su hijo, ni el hijo de vuestro siervo aprenderlo de su padre. Por eso a los setenta años sigue vuestro siervo labrando ruedas. Cuanto los antiguos hombres no pudieron transmitir ¡está tan muerto como ellos! De modo que lo que lee el señor son los posos de los antiguos.

Del libro de Chuang Tzu, libro XIII "El Tao del cielo".


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