Toda la isla posee imponente
belleza y exuberancia. Todo crece, cambia y muere, sin que nada permanezca
jamás sin mudanzas.
El río no se jacta jamás de su
creación, a pesar de que hasta la más pequeña criatura isleña le debe a él su
existencia. Todo lo ha traído el río, a todos nutre y alimenta, y nunca hace
alarde de eso. Por el contrario, siempre elije el lugar más bajo para ir
silencioso por él.
Todos en la isla, bichos, plantas
y hombres viven y mueren y son contenidos por el agua.
El río nos abraza y nos
transforma, como el Tao, sin forma ni rigidez las islas salen de él y vuelven a
él. Nosotros en ellas dormimos, y no podemos darnos cuenta de esto. Solo al
Despertar, cuando logramos percibir sin palabras la fuerza espiritual del ciclo
natural de las islas, entendemos que somos una ínfima partícula de todo ese imponente
concierto verde.
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