Don Julio tenía una canoa “sagrada”. Tan apegado
estaba a su canoa, que solo podía dedicarse a ella. La canoa hacia agua,
bastante, de manera que su vida consistía en estar atento a sacarle agua constantemente
para que no se fuera a pique.
No podía arreglarla, la necesitaba andando
todo el tiempo, no podía parar. Y además había sido construida en los cuarenta por
un eminente carpintero del arroyo Toro, dicen que el viejo Campitelli. Afirmaba
que era de lapacho con clavos de cobre.
De manera que don Julio no quiso “profanar”
tan preciada obra con un arreglo mal hecho. Y así vivió el islero, incapaz de
hacer otra cosa que achicar de agua la canoa.
Cuando alguien lo visitaba decía: “estoy
muy ocupado protegiendo la canoa, no puedo atenderlo ahora”.
Un día don Julio se murió, y su canoa de
lapacho se fue al fondo del arroyo a ser guarida de viejas de agua y caracoles.
Nadie la reflotó, y el barro se la trago en pocos meses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario