viernes, 26 de mayo de 2017

Ese ruido con vientito que sale de la boca



Las cosas más valiosas que se aprenden no se enseñan mediante la palabra. 

Así lo hacen el río, el monte, el viento, el juncal, la luna, el fuego y el cerro. 


-¿Qué le ha enseñao el río?
-A fluir, a correr, a rodear, a veces volver. A ser suave y blando y si hace falta salvaje como Uturunku.
-¿Y el juncal?
-Que aunque parezcamos individualidades aisladas, por abajo e la tierra hay una raíz única que nos ata a todos, y desde la que todos salimos pa' juera. Somos la expresión visible de una totalidad invisible.
-¿Y el fuego, que le ha enseñao?
-Que la humildá. Que lo más brillante y luminoso también está atao. Si el fuego se separa de lo de abajo pierde su poder y se extingue. La fuerza y sostén está en lo de abajo, y el brillo se lo llevan otros. El fuego precisa de la sequita madera, del oscuro carbón para arder y expandir su luz y calor. Si creyera de pronto que Es por sí, se apaga.
-¿Y el monte?
-A guardar pa' mi mis misterios.
-¿Y el cerro?
-A callar.

La salud se cultiva como un huerto




Esta frase que siempre me gusta utilizar al hablar de la responsabilidad personal que existe sobre el cuidado de nuestra salud y prevención de enfermedades, se ve expresada también en el Chuang Tzu, uno de los más importantes textos clásicos del taoísmo primigenio allá por el 400 antes de esta era:

"Años ha cultivaba yo la tierra, y cuando araba lo hacía con negligencia, y así mis cosechas eran menguadas, y cuando escardaba, también lo hacía a la ligera, por lo que mis cosechas eran pobres.

Los años siguientes mudé mi proceder: aré profundamente y escardé con esmero, y así mis cosechas han sido abundantes y todo el año tengo alimento más que suficiente.

Enterado de esto Chuang Tzu dijo:

"Hoy día, muchos son los hombres que en el cuidado de su cuerpo y en el cultivo de su mente, son como dice este guardián de fronteras. Aléjanse del Cielo y apártanse de la ley de la tierra, destruyen su verdadero ser, pierden su espíritu, obran como ignorantes de lo que el Cielo y la Tierra dictan. Cuando no se cuida la propia naturaleza, las pasiones, deseos y rechazos, son como el cañaveral que oculta y ciega su propia naturaleza: al principio, son sólo brotes que parecen sostener nuestro cuerpo, mas poco a poco acaban por crecer de manera desmedida y de arruinarnos por completo, y entonces el Qi (la energía vital) se dispersa y se escapa, y por todas partes nos salen tumores y úlceras, enfermedades angustiantes, la fiebre nos consume y perdemos esperma con la orina."

Palabras: vientito con ruido nomas



Uno se topa por la senda con el valor del silencio y la inutilidad de la palabra.
La palabra nunca expresa cabalmente lo real, lo que verdaderamente está ahí, despojado de todo concepto mental. La comunicación pareciera un esfuerzo inútil.

Lo real se revela en el silencio, como un destello atroz, instantáneo, jamás discursivo, dualista, temporal. “Satori” le dicen allá por el Japón. 

Lao Tse eligió como primer verso de su brevísimo y lacónico Tao Te Ching la frase: “El Tao que se puede expresar por medio de palabras no es el Tao verdadero, son solo sus externas manifestaciones”.
Cuanto más se usa la palabra, mas se aleja uno de la verdad. Canta Yupanqui también: “Malaya pudiera un día, vivir así, sin palabras”.

El valor de la no palabra es algo que invade sin pedir permiso. Lo lleva a uno a los empujones a expresarse siendo, haciendo, callando cada día un poquito más.

Las palabras se vuelven vientito con ruido que sale de bocas, y en el silencio caben todos los abismos y misterios, y algunos hasta terminan por revelase.

“El que habla no sabe, el que sabe no habla”, dice Lao Tse, y yo creo ya estar hablando demasiado.