miércoles, 21 de diciembre de 2016

La salud se cultiva como un huerto






ENFERMEDAD = INFIRMITAS = FALTA DE FIRMEZA 

El sendero de la curación natural no es para cómodos y perezosos. Requiere de firmeza y perseverancia, de abandonar hábitos y de adquirir nuevos.

La medicina tradicional china basada en el taoísmo, y nuestras medicinas ancestrales americanas lo supieron a la perfección, y esos pueblos tuvieron gran éxito en lograr la salud haciendo lo que hay que hacer, y dejando de hacer lo que no hay que hacer.


Pacha, Tao, brindó el manual de mantenimiento de la salud a través de la contemplación de la naturaleza y la firmeza para actuar en consecuencia es el trabajo del aprendiz.
El médico, el Shamán, era solo un guía que brindaba las claves y los elementos, pero la responsabilidad sobre la curación era sólo del paciente.


Para cultivar un huerto sano, que de buena cosecha, es indispensable trabajar todos los días, quitando, agregando, perseverante y firmemente.


No se trata (salvo en casos privilegiados) de un mero accidente casual estar en salud.
Así es el camino de la curación natural, es necesario hacer lo que haga falta, en cada acto cotidiano, para que la naturaleza actúe sin obstáculos.


Si no somos capaces de lograr este fortalecimiento del carácter, los desequilibrios pueden irse ya demasiado lejos, y volver por medios naturales ya será más difícil.
Eso es la salud: Pacha, Tao, fluyendo cuando le hemos quitado del medio los obstáculos que nosotros mismos le ponemos.

viernes, 16 de diciembre de 2016

El mate lleno



Un eminente profesor que venía de la ciudad se apareció una mañana por lo de don Antonio Sosa. Le habían hablado de él y deseaba preguntarle sobre la clave de su sencilla sabiduría, ya que todo lo que sabía y había aprendido no lo satisfacía, y a pesar de estar tan lleno, vivía vacío.

Don Antonio echó a los perros que salieron a ladrarle al muelle al visitante que había bajado de la lancha colectiva y lo invitó a subir a su ranchito. Calentó el agua, apoyó el mate sobre la mesa y comenzó a cebarlo mientras el intelectual le contaba vida y obra de un montón de gente muerta que había publicado libros y apuntes. Pero cuando el recipiente estuvo lleno, don Antonio siguió vertiendo agua en su interior, y comenzó a rebalsarse desparramando la yerba y líquido por toda la mesa. 



El profesor, que no paraba de hablar, no entendía, creyó que el accidente se debía a la avanzada edad del islero, pero éste continuaba echando agua y sonriendo. Hasta que el académico, respetuosamente, le advirtió: “don Antonio, por favor pare, está derramando todo”.

El viejo se detuvo e hizo un prolongado silencio, luego le alcanzó el mate lleno de agua caliente y manchado en su exterior. “¿Ve señor?, así está su cabeza, su mate; totalmente lleno de cosas, doctrinas, sistemas, saberes y palabras, y como le pasa a este mate, nada nuevo puede entrar en ella, todo se rebalsa y cae al suelo irremediablemente. A menos que vacíe su cabeza, descarte todo ese ruido y calme su mente como un arroyito claro, no podrá aprender nada nuevo.”

“Fíjese lo que ocurre en una discusión académica en su facultad, o en cualquier disputa entre personas: no se trata más que de la intención de imponer su opinión al otro, escucharse hablar a sí mismo, repetir ideologías aprendidas fruto de la indigestión de libros. Así nada nuevo puede aprenderse. Cuando usted haya desechado todo el interior del mate y sea capaz de “ver” por sí mismo, sin pasado ni futuro, sin juicios ni palabras, “comprender”, observar con total atención, sin palabrerío de por medio, estará en condiciones de aprender, de por fin ver “lo que es real”, sin la intervención de ideas o imágenes. Y por supuesto, ya no le será necesario venir hasta aquí para que yo le enseñe nada.”


De la Tierra al Sol



En los Andes se representa la evolución y transformación personal interior con el tránsito de la serpiente al cóndor.



Amaru, la serpiente, es el comienzo en el plano material. Al principio de nuestra vida nos movemos en zig zag, arrastrándonos, limitados por nuestra condición, tratando de evolucionar. Amaru está conectada con la energía serpentina, puede ir hacia la luz o la oscuridad. Además la serpiente puede devorarse a sí misma, igual que nosotros.

El próximo nivel es el de Uturunku, el puma. Aparece cuando comenzamos un trabajo de equilibrio emocional, una armonía interna y externa que nos permite adquirir el único poder capaz de liberar al caminante.

Este poder es el coraje. El puma es el camino del corazón sin miedo, un camino que se debe transitar con armonía, equilibrio y seguridad. El miedo nos atormenta, nos impide el desarrollo, y estanca nuestro Kawsay, la energía vital que nos alimenta. El felino es el animal que ve en la noche, en lo oscuro. Con el coraje y la ferocidad del puma, tigre, jaguar, podemos ver en las tinieblas de nuestro espíritu, de la educación que hemos recibido, de nuestra cara oculta.

Como Uturunku, debemos esperar sin miedo, con equilibrio y serenidad la oportunidad que nos hará avanzar. Y así progresar en el sendero utilizando el coraje como foco de nuestro desarrollo, conquistando nuestras metas y superando los miedos que nos impiden la libertad. 

Y abrimos las alas de pronto, y levantamos vuelo como Kuntur, el cóndor. Volar es libertad, grandeza, el cóndor es el ave que más alto se eleva, es la visión total. Puede volar al Sol. Inteligencia, elevación, visión y sagacidad son virtudes de Kuntur. El es el estado más alto del desarrollo espiritual, pero no se puede ser Kuntur sin antes haberse arrastrado como Amaru, y sin el coraje y la ferocidad de Uturunku.

Todas las elevadas culturas ancestrales insisten en que la transformación depende solo de uno mismo. Los antiguos chinos taoístas hablaban de la transformación alquímica interna de los “Tres Tesooros”: JIng, Qi, y Shen, y así alcanzar el pleno desarrollo de nuestra potencia humana integral. 

La paciente elevación de Kundalini a través del desarrollo interior en el hinduismo es otro aspecto de la total integración por medio del trabajo propio. 

Incluso Nietzsche hablo en su Zaratustra de “Las Tres Transformaciones: De camello a León, y de León en niño”.
Ninguna cultura espiritual elevada depositó su integralidad, elevación interior y desarrollo en un dios externo, caprichoso y dador de gracias o castigos a gusto o disgusto, ni mucho menos en clérigos convencedores tan imperfectos como ellos mismos.
El camino es interno, “el reino de dios esta dentro de vosotros”.

El tiempo de la transformación depende sólo de uno mismo.


viernes, 9 de diciembre de 2016

¿El nacimiento de qué Cristo festeja usted?



Podemos celebrar la llegada de varios jesuses. Al que a cada uno le hayan metido en la cabeza, y al que luego cada uno fue arreando desde la cabeza hasta el corazón (los que lo han logrado).



Se puede tirar cuetes por el cristo que era seguido por muchedumbres hambrientas que no hallaban en la religión oficial de su tiempo un horizonte espiritual, y en la política un horizonte material, o al que siguen los que detentan el poder y no quieren que nada cambie, atando y desatando en la tierra y en el cielo lo que es pecado y lo que no lo es, a conveniencia del mandamás de turno.





Se puede celebrar el nacimiento de un carpintero y pescador, hijo de una adolescente soltera hija de ricos, políticamente incorrecto, cuestionador, calentón,  rejuntador de todos los marginados y desclasados, o al prolijo, peinado y perfumado Jesús de las catedrales y colegios privados caros que no se junta con los distintos.



Se puede tirar cuetes por aquel que salvaba de las manos de los “buenos” de su tiempo de una muerte segura a la “mujer pecadora”, símbolo de todo lo marginado de la sociedad en la que nació, y no al que siguen esos que lapidan diariamente a todos los diferentes y considerados “inferiores” con palabras, desprecio, juicios y egoísmos sin límites.



El Cristo que me entusiasma es el que está entre la gente pobre, sin poder, el que camina por esos barrios donde hay olor, sudor, desprolijidades, incorrecciones, risotadas y puteadas, y no al que descansa y alivia las culpas de viejas y doctores desde los púlpitos enchapados en dorado.





Se puede estar matando a Cristo todos los días, castigando y silenciando al que denuncia hipocresía, al que vive como piensa y siente sin importar los dogmas, las reglas y la moral de su tiempo, al que le hace lugar al indefenso, al marginado, lo incluye, lo mira a los ojos y le hace sentir que existe, que su vida importa y vale, que tiene una salida, y que muchas veces hace sentir incómodos de esta manera a los “fariseos” de su tiempo.



Sí, al Jesús al que se le tiran cuetes lo mataron los “buenos”, “correctos”, “santos” y mandamases de la moral y la religión oficial. Mataron al Cristo de los villeros, de los pescadores, de las putas y travas, trolos y tortas, de los orejanos, nunca “domaos a palenque”, de los que son capaces de no servir a dos amos al mismo tiempo, de los que no logran conjugar en su conciencia el ser ricos, el dedicar toda su energía a ganar y tener cada vez más, con la entrada al reino. De los que oyen en el sermón de la montaña palabras simples, concretas, directas y sin vueltas retóricas que hablan de sencillez, desapego material, y mirar a los ojos y al corazón al otro.



En la navidad, aunque no soy cristiano hace ya mucho, me pregunto muchas veces el cumpleaños de qué Cristo festejamos. ¿Será como dijo Nietzsche nomas, que “el cristianismo murió en la cruz”?, ¿o hay algo del mensaje puro de ese mal llevado palestino que podamos hoy emular?



viernes, 25 de noviembre de 2016

CUENTOS TAOÍSLAS: LO QUE ES VALIOSO




El abogado visitaba poco su lugarcito isleño, pues se hallaba muy ocupado en pleitos que le dejaban mucho dinero para comprar cosas. Algunas le obligaban a permanecer atado cada vez más a ellas y aumentar a su vez los gastos, como autos a los que había que cuidar, casas y departamentos de los que ocuparse, personal que haga cosas sencillas por él, clubes y salidas muy importantes, que requerían a su vez buenos vestidos y teléfonos modernos para ser vistos por los amigos.



Por eso llegaba poco a la isla el doctor, cada vez en un yate diferente, con un marinero vestido de blanco a bordo.
Don Mañán lo saludaba, y se entristecía al ver a ese hombre joven cada vez más demacrado, canoso y con mirada dura. El abogado, quizás por esas cosas de contarle las cuitas a quien uno no considera importante, le lloraba al isleño que el dinero no le alcanzaba, que la economía estaba complicada, que los colegios cada día aumentaban las cuotas, la obra social, que la esposa se fue de la casa con un compañero del estudio jurídico.

Cada vez que el letrado iba a la casita del arroyo, sufría de algún mal diferente: dolor de estómago, ataques de pánico, un leve infarto del que el cielo le permitió salvarse.
Sus hijos ya no quisieron verlo, por más regalos que les hizo, ya que Torres García prácticamente vivía para los pleitos judiciales y las reuniones.

A sus 47 años, el doctor se encontraba solo, con su salud deteriorada, y repleto de dinero en su cuenta. La madre del abogado murió y en la vieja casona materna encontró un cofrecito lleno perlas, piedras preciosas, anillos y collares. Nunca supo por qué, se acordó de aquel isleño viejo, que lo sorprendía con su férrea salud y vitalidad a su más de 70 años. 

Una mañana don Manuel Mañán vio llegar otro yate nuevo hasta lo del doctor. Lo vio bajar con algo en la mano, y se acercó hasta su casa. Allí lo saludó y le entregó el cofre con el tesoro dentro. El isleño lo recibió sereno, dio las gracias,escuchó los lamentos del citadino y se metió en el rancho.

Meses después, el viejo Manuel oyó que se acercaba el barco del abogado. Éste bajó al muelle de su casita de fin de semana, pero al mirar hacia lo del isleño, no pudo más que pegar un grito de horror. Allí estaba, don Mañán, bajo el eucalipto, lanzando las piedras preciosas a las cotorras con una gomera. Con brutal puntería lanzaba perlas, rubíes, anillitos de oro y diamante, que luego de impactar en los pajarracos, caían al arroyo para perderse en el fondo barroso. Como pudo, el doctor corrió hasta allí y comenzó a increparlo.

“¡¿Cómo es posible que esté desperdiciando ese tesoro en las cotorras?! ¡¿Se ha vuelto loco?!”



El isleño bajó la gomera y lo miró piadosamente, como a un pobre niño. “¡oh, querido vecino!”, dijo el viejo, “no he hecho más que copiar lo que usted me cuenta que hace todo el tiempo”.

El abogado no entendía nada de lo que el isleño le decía. “¿Acaso usted no ha pasado su vida desperdiciando el tesoro más preciado en cosas tan ínfimas como las cotorras? ¿Acaso usted no ha tirado al agua el mayor valor persiguiendo ilusorias felicidades? ¿No ha usted gastado su salud y su vida en cotorras? Vaya mi amigo, y déjeme a mí también darme el gusto de tirar piedras preciosas a los pájaros.”