Podemos celebrar
la llegada de varios jesuses. Al que a cada uno le hayan metido en la cabeza, y al
que luego cada uno fue arreando desde la cabeza hasta el corazón (los que lo
han logrado).
Se puede tirar
cuetes por el cristo que era seguido por muchedumbres hambrientas que no
hallaban en la religión oficial de su tiempo un horizonte espiritual, y en la política
un horizonte material, o al que siguen los que detentan el poder y no quieren
que nada cambie, atando y desatando en la tierra y en el cielo lo que es pecado
y lo que no lo es, a conveniencia del mandamás de turno.
Se puede
celebrar el nacimiento de un carpintero y pescador, hijo de una adolescente
soltera hija de ricos, políticamente incorrecto, cuestionador, calentón, rejuntador de todos los marginados y
desclasados, o al prolijo, peinado y perfumado Jesús de las catedrales y
colegios privados caros que no se junta con los distintos.
Se puede tirar
cuetes por aquel que salvaba de las manos de los “buenos” de su tiempo de una
muerte segura a la “mujer pecadora”, símbolo de todo lo marginado de la
sociedad en la que nació, y no al que siguen esos que lapidan diariamente a
todos los diferentes y considerados “inferiores” con palabras, desprecio,
juicios y egoísmos sin límites.
El Cristo que me
entusiasma es el que está entre la gente pobre, sin poder, el que camina por
esos barrios donde hay olor, sudor, desprolijidades, incorrecciones, risotadas
y puteadas, y no al que descansa y alivia las culpas de viejas y doctores desde
los púlpitos enchapados en dorado.
Se puede estar
matando a Cristo todos los días, castigando y silenciando al que denuncia hipocresía,
al que vive como piensa y siente sin importar los dogmas, las reglas y la moral
de su tiempo, al que le hace lugar al indefenso, al marginado, lo incluye, lo
mira a los ojos y le hace sentir que existe, que su vida importa y vale, que
tiene una salida, y que muchas veces hace sentir incómodos de esta manera a los
“fariseos” de su tiempo.
Sí, al Jesús al
que se le tiran cuetes lo mataron los “buenos”, “correctos”, “santos” y
mandamases de la moral y la religión oficial. Mataron al Cristo de los
villeros, de los pescadores, de las putas y travas, trolos y tortas, de los
orejanos, nunca “domaos a palenque”, de los que son capaces de no servir a dos
amos al mismo tiempo, de los que no logran conjugar en su conciencia el ser
ricos, el dedicar toda su energía a ganar y tener cada vez más, con la entrada
al reino. De los que oyen en el sermón de la montaña palabras simples,
concretas, directas y sin vueltas retóricas que hablan de sencillez, desapego
material, y mirar a los ojos y al corazón al otro.
En la navidad,
aunque no soy cristiano hace ya mucho, me pregunto muchas veces el cumpleaños de
qué Cristo festejamos. ¿Será como dijo Nietzsche nomas, que “el cristianismo murió
en la cruz”?, ¿o hay algo del mensaje puro de ese mal llevado palestino que
podamos hoy emular?
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