miércoles, 1 de agosto de 2018

Corriendo el guanaco



En épocas antiguas el hombre no comía todos los días. La comida no estaba al alcance de la mano. Había que cazarla, recolectarla. Y había sequías, glaciaciones, inundaciones, que arrebataban y dificultaban aún mas la obtención del bocado.
Así se pasaba sin comer por días, viviendo y obteniendo energía solamente de la grasa corporal, que precisamente era la forma en que esa perfección llamada cuerpo tenía de afrontar esos ayunos forzosos.
Hoy, nuestra máquina funciona bajo los mismos principios. Acumula y acumula grasas de reserva para períodos de escasez que nunca llegan, pues existe una sobrealimentación continua.
Comemos demasiado y demasiado a menudo (sin entrar a analizar la calidad de lo que comemos).
Este exceso, sumado al sedentarismo -puesto que ya no andamos corriendo guanacos o boleando ñandúes por las llanuras- ha devenido en la epidemia de sobrepeso que padece la humanidad occidental (y todo grupo humano que adopta esa forma de vivir), asociada a todo tipo de trastornos de salud: cardíacos, diabetes, hipertensión, cáncer, depresión, ansiedad, etc.
A esto se suma que todos esos problemas, son tratados con fármacos como si fueran asuntos aislados y desconectados entre sí, cuando en realidad la cuestión de raíz es de alimentación y de hábitos.
Coma menos, camine más, respire bien y viva el doble.

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