miércoles, 1 de agosto de 2018

El ojo



Si no estuviéramos tan anestesiados de superficialidad, si no viviésemos como drogados frente a la perfección, orden y regularidad de la Naturaleza; si de pronto "despertásemos" o "abriéramos los ojos", quedaríamos totalmente pasmados.
Si de pronto cobrásemos conciencia de esta enormidad seguramente enloqueceríamos ante un atardecer, frente a la perfección y simetría de una telaraña tejida por un pequeñísimo insecto, al contemplar la increíble disposición fractal de los pétalos de una flor, al sumergirnos en los asombrosos paisajes que viven dentro del ojo de un caballo, o al notar la precisión matemática de un eclipse o una marea.
La ceguera ante ese espectáculo prodigioso nos protege de la locura, de sabernos menos que un átomo en la descomunal y silenciosa obra del universo.
Veríamos el absurdo y lo ridículo de todo dios creado, de todos los dogmas, de todo templo, de cualquier ideología, iglesia y refugio mental... y de Ese dedito levantado.
El abismo está ahí. El completo y portentoso teatro. ¿Ver o no ver?, lo ínfimo y absolutamente milagroso de que estemos finalmente, luego de miles de millones de cósmicos azares, aquí, vivos.

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