jueves, 28 de noviembre de 2019

Presencia





¿Está usted ahí?
Ahí, sí, en eso que está haciendo.

¿Está ahí cuando conversa con otra persona, cuando ceba mate, al lavar los platos, cuando prepara los alimentos, cuando hace su trabajo manual o administrativo?

¿Está usted ahí en su oración, o repite mecánicamente fórmulas verbales?

Cuando alimenta a los animales, barre la casa o atiende el fuego del hogar, ¿está usted ahí?

¿O acaso su espíritu o su mente viajan a pasadas y lejanas culpas y remordimientos?

¿O quizás deambulan por las ansiedades y especulaciones de lo que podría pasar en el futuro?

 Cuando es así, vivimos ausentes.

Nos convertimos en autómatas y la realidad se torna árida e insípida. El corazón un péndulo que oscila entre el ayer y el mañana, sin jamás detenerse en el ahora.

"Lo cotidiano se vuelve mágico", canta el músico santiagueño Peteco Carabajal, cuando las manos de su madre amasan el pan.

¿Porqué se vuelve mágico ese simple acto? Porque la madre, cuando amasa el pan, le da una sagrada dimensión a lo simple, estando plenamente allí. Entonces, la milenaria conjunción de harina agua, grasa y sal, ya no es una receta  inerte y sin alma, sino que se vuelve alquimia y transmutación.  Ella está ahí, Total, en el acto, en el sentido profundo de lo que está haciendo.

En el amor y en la potencia de ese cotidiano rito doméstico.

Está plenamente allí, amasando y encendiendo el fuego del horno de barro para su gente.

Todo acto cotidiano, invisible, inadvertido, se espiritualiza con la presencia total, con la intención, con la respiración atenta y la conciencia alerta.

Evagrio Póntico,  monje hesicasta y Padre del Desierto, recomendaba en sus escritos para el entrenamiento de la mente: "Que no se escape ni una inhalación y ni una exhalación sin tu atención".

Sin más templos que cualquier lugar ordinario, sin más ritos que los pequeños actos cotidianos, sacralizados y espiritualizados por la Presencia Total de todo su ser: sentidos, mente, espíritu y corazón.

Sin más ropaje y adorno místico que el amor sencillo, arisco de las estridentes y vacías demostraciones, ese amor que gusta de esconderse en los detalles.

Y que solamente será capaz de ver aquel que tenga ojos para ver, y oirá quien tenga oídos para comprender ese lenguaje silencioso y callado, sin brillos encandilantes, de la invisible presencia que no deja huellas evidentes. Esas cosas que no pueden ver aquellos que tienen los ojos abiertos, pero profundamente ciegos.

Jbv

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