domingo, 4 de septiembre de 2022

Agradecimiento

 



Agradecer es el contraveneno para la queja,

Despreocuparse completamente y aplacar el desmesurado concepto de la propia importancia es el antídoto contra la exigencia.


Porque cuando me siento quieto sin hacer nada y me olvido de mí confirmo luego que el mundo continuó su curso sin yo haber sido necesario para nada. 

Y en ese instante todo se acomoda.

Yo puedo seguir ahí y que las estaciones se sucedan una tras otra en orden, que las plantas crezcan, florezcan y mueran, que los astros dibujen sus órbitas y que el cerro misterioso oculte todos sus secretos.

Yo puedo seguir ahí y que todos olviden luego de un tiempo cualquier semilla que se me haya caído de la bolsa.


Nada es importante de nosotros, y sin embargo cada gesto, cada acción y abstención será todo lo que ocupe finalmente el instante presente.


Pero todo el enigma se resuelve finalmente en la voluntad inquebrantable de no ceder jamás al impulso de irse a otra parte, de evadirse psicológicamente.

 Aquí, hacer la tarea con un sentido cierto de proceso y camino. Pase lo que pase.

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Canto antiguo en el viento

 



Me quedé absorto mirando el río y su eterno decir adiós.

Empecé a oír que el viento en su soplo traía consigo un canto antiguo, más antiguo que todo lo que conozco.


Desde el imponente cerro marrón mil formas fueron mostrando lo que verdaderamente ocultan. Y ese canto me confesaba que -aunque mi pequeña mente conciente afirme que no pertenezco a estas tierras- algo mío muy muy de antes ha estado aquí una y otra vez, una y otra vez.


Y fui piedra, espino, jote, valle, silbo de pájaros, lapacho en flor, cactus guardián, lagarto, zorro y tal vez algún viejo indio caminador.


No comprendí al principio, pero una hilacha de mi espíritu, o eso mío que viaja a través de las eras y los milenios sabe bien todas las cosas de aquí. Pero aún no las recuerda del todo.


Un conocimiento silencioso sobre esa Fuerza que a donde vamos nos sostiene y guía si nos atrevemos a subir a las escarpadas cornisas de piedra filosa a conversar calladamente con Ella.


Y un instante volví a querer quedarme en ese cielo, y un misterio que me produjo terror entre un matorral me dijo claramente: jamás te separes de los otros.


Esa Fuerza a veces nos mira.

América es el largo Camino de los antiguos olvidados, de los que nos guían si suspendemos la incredulidad.

Y desde todos los sitios nos están contemplando.

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El niño

 



Lanzarse al viaje sin mucho detalle del plan, como hacen los pequeños, que solo empiezan a jugar.

A disposición de Eso que nos guía.


Una risita niña se oye en el fondo del alma.


En ese momento y en esa empresa algo se empieza a recordar internamente.


Alguien empieza a jugar adentro, muy adentro.


Tenemos un vínculo con esa Fuerza que se va ensuciando, empobreciendo.


Y pasamos la escoba, el trapo,

Y esas cosas que ya viven en nosotros inician un despertar con sabor antiguo,

A viejo conocido, pero niño, muy niño.


Está también en el vivoreo de los ríos,

En el insondable silencio del cerro,

En el dios que habita en la planta.


Algo de eso es nuestro y se nos ha perdido en el camino.

Algo de todo eso llama insistentemente para salir de la oficina, del despertador,

De la mecanicidad insoportable que llena al mundo de ira, de color gris, de frustración, de una fatal rendición.


Mirar el punto exacto de la vida en el que el niño fue pasado con fórceps a la adultez y se perdió para siempre el disfrute en pos del deber,

El juego frente a la responsabilidad,

El hay que ante el quiero.


El que se ofende, enoja, patalea en nosotros es ese niño. Ese niño olvidado es ese Poder que habita en el misterio que nos rodea, y al que es necesario rescatar antes de que la vejez nos abrume. 

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Lanzarse al viaje

 



Lanzarse al viaje sin mucho detalle del plan, como hacen los pequeños, que solo empiezan a jugar.

A disposición de Eso que nos guía.


Una risita niña se oye en el fondo del alma.


En ese momento y en esa empresa algo se empieza a recordar internamente.


Alguien empieza a jugar adentro, muy adentro.


Tenemos un vínculo con esa Fuerza que se va ensuciando, empobreciendo.


Y pasamos la escoba, el trapo,

Y esas cosas que ya viven en nosotros inician un despertar con sabor antiguo,

A viejo conocido, pero niño, muy niño.


Está también en el vivoreo de los ríos,

En el insondable silencio del cerro,

En el dios que habita en la planta.


Algo de eso es nuestro y se nos ha perdido en el camino.

Algo de todo eso llama insistentemente para salir de la oficina, del despertador,

De la mecanicidad insoportable que llena al mundo de ira, de color gris, de frustración, de una fatal rendición.


Mirar el punto exacto de la vida en el que el niño fue pasado con fórceps a la adultez y se perdió para siempre el disfrute en pos del deber,

El juego frente a la responsabilidad,

El hay que ante el quiero.


El que se ofende, enoja, patalea en nosotros es ese niño. Ese niño olvidado es ese Poder que habita en el misterio que nos rodea, y al que es necesario rescatar antes de que la vejez nos abrume. 

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El camino lento

 



En la era de la fugacidad y la banalidad es revolucionaria cualquier cosa que requiera tiempo, práctica, profundidad, estudio, disciplina, compromiso con un camino lento, largo y sinuoso.


El legendario Fuxi recibió el conocimiento del funcionamiento último del universo de la mano de una tortuga mientras holgazaneaba a la vera de un río.


Simbolizando con esta escena que al saber más elevado, a los secretos más hondos del Gran Misterio, a las claves de cómo se manifiesta el Camino en el mundo se accede lentamente, despacio, saliendo y entrando, en calma. Dejando que el tiempo pase y las cosas maduren internamente.


No puede apurarse la sabiduría. Todo el mundo de hoy, con su obsesión express por la inmediatez conspira contra cualquier búsqueda honesta de conocimiento profundo.


Disciplinarse, no esforzarse. 

El "remarla" es para un camino sin corazón.

La práctica cotidiana, disciplinada, comprometida, de lo que sea que tenga corazón no lleva esfuerzo ni requiere una  voluntad tortuosa.


Aprender a no hacer, a dar tiempo y lugar a que las cosas sigan su curso natural, a no ansiar demasiado el fruto de la acción, es un arte que es difícil de ejercer entre los antivalores actuales de la dopamina inmediata, del esfuerzo, la rapidez, la proactividad, el logro y la especialización.

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El misterio del andariego

 



El buen viajero no tiene rumbo fijo,

Carece de intención de llegar y sin embargo alcanza su lugar de destino.


Parece estar a merced de fuerzas mayores como una hoja en el viento, pero sabe adónde se dirige.

Las olas de las mutaciones del enorme río aparentan llevarlo de aquí para allá y ni aún así se pierde en la inmensidad de esa pampa líquida marrón.


Hay una estrella que lo guía,

Voces en el bosque,

Un dios en las plantas,

Ecos en la montaña,

Silencios en su caverna interior.


Y al llegar,

Está pero no está,

Llegó pero nunca se había ido,

Se fue pero jamás salió por la puerta.


Es el misterio del andariego,

La brumosa bitácora de una extraña alquimia interior.

Un paso y otro paso.

Por afuera, por adentro,

Es igual.

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