No podemos seguir produciendo a
costa de los recursos limitados del planeta, de los ciudadanos del Tercer Mundo
o incrementando el cambio climático. Decrecer es necesario y supone un cambio
de valores, como desarrolla Carlos Taibo en su libro 'En defensa del
decrecimiento'.
El decrecimiento es el futuro. Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la
UAM. La crisis existente se centra en la economía, pero no es la más importante
a la que asistimos.
Por Marta Iglesias para Revista Fusión.
-¿Qué hay más allá del descalabro financiero?
-Creo que hay como poco otras tres crisis importantes. La primera se llama
cambio climático, que es un proceso ya activo que no tiene ninguna consecuencia
saludable. La segunda es el encarecimiento inevitable en el corto y medio plazo
de la mayoría de las materias primas energéticas que empleamos y la tercera y
ultima, por dejar las cosas ahí, es la sobrepoblación que afecta a buena parte
del planeta. La crisis financiera es la única que interesa a nuestros medios de
comunicación y a nuestros gobernantes y creo que se ha traducido en un
retroceso visible en el tratamiento de las otras tres. Algo que me aconseja
concluir que el escenario es realmente muy delicado.
-¿Por qué afirma que “desde la economía
oficial se confunden interesadamente crecimiento y bienestar” y por qué
considera falsa esa afirmación?
-Uno de los grandes mitos de la economía oficial es el del crecimiento. La
economía oficial dice que el crecimiento genera cohesión social, que facilita
el asentamiento de los servicios públicos y que dificulta el crecimiento del
desempleo y de la desigualdad. A mí me parece que sobran las razones para
cuestionar todo esto. El
crecimiento económico no provoca necesariamente cohesión social, y se traduce a
menudo en agresiones medioambientales literalmente irreversibles, facilita el
agotamiento de recursos escasos que no van a estar a disposición de las
generaciones venideras y nos sitúa en un marco de un modo de vida esclavo que
nos aconseja concluir que seremos más felices cuantos más bienes acertemos a
consumir. Todas estas “verdades” merecen ser cuestionadas
hipercríticamente.
-¿Qué efectos negativos planetarios ha
tenido el crecimiento del mundo occidental?
-El crecimiento del mundo occidental se ha traducido en dos circunstancias
importantes que tienen que ver, no ya con el crecimiento, sino con el propio
capitalismo. La primera nos habla de un sistema incapaz de resolver los
problemas vitales de la mayoría de los habitantes del planeta. Y la segunda se
refiere al despliegue de procedimientos de agresión contra la naturaleza que
ponen en peligro la vida de la especie humana y de las demás especies. Con ello
no estoy afirmando que en todo momento el crecimiento haya sido un factor
negativo.
-Asegura que “el crecimiento en los países del Norte
propicia el asentamiento de un modo de vida esclavo”, ¿por qué?
-Porque nos invita a concluir que vamos a ser más felices cuantas más horas
trabajemos, más dinero ganemos y más bienes acertemos a consumir. En el libro
me refiero a los tres pilares de esta sinrazón: el primero es la publicidad que
nos obliga a comprar lo que no necesitamos, el segundo es el crédito que nos
permite conseguir los recursos aún cuando carezcamos formalmente de ellos, y el
tercero y último es la caducidad, los bienes están programados para que dejen
de servir en un periodo de tiempo muy breve y nos veamos en la obligación de
adquirir otros nuevos.
-Entonces, ¿el decrecimiento trae
consigo un modo de vida más libre, basada en el principio de “Trabajar menos
para trabajar todos”?
-Al menos puede traerlo. Nos invita a liberarnos de determinadas ataduras y a
ser más conscientes de lo que hacemos. La apuesta de quienes defendemos el decrecimiento es
generar un escenario en el que trabajando menos, consumiendo menos, y dedicando
más tiempo a la vida social, la calidad de nuestra vida se acreciente
sensiblemente. Acrecentaría el tiempo dedicado a la vida social, en detrimento
del consumo, la producción o la competición. El decrecimiento implicaría la
gestación de fórmulas de ocio creativo, acarrearía el reparto del trabajo -que
es una vieja demanda sindical que ha ido cayendo en el olvido-, nos obligaría a
reducir el tamaño de mastodónticas infraestructuras de transporte y de
comunicación, permitiría un vuelco sobre lo local en vez de sobre lo global y
reclamaría una relación de simplicidad voluntaria y de sobriedad que creo que
cada vez falta más entre nosotros. Lo que tenemos que hacer desde el principio
es preguntarnos si la vida que llevamos en sociedades marcadas por el trabajo y
por el consumo es realmente la vida que nos gusta.
-Eso supone un importante cambio de
mentalidad...
-Claro. Más que dificultades técnicas o tecnológicas en el decrecimiento -que
no las aprecio, y en cualquier caso serían menores que las vinculadas con los
proyectos de crecimiento-, creo que lo que implicaría sería un cambio de chip
mental que tendría que ser radical. Aprender a relacionarnos con los restantes
seres humanos y con la naturaleza de manera diferente.
-Pero, ¿cree que las empresas dejarían
de producir por sí mismas, a menos que los ciudadanos dejemos de consumir?
-Creo que deberíamos dejar de consumir por un lado, y por otro ejercer presión
para que aquellas empresas que se dedican a producir bienes lesivos para la
naturaleza dejen de hacerlo. En cualquier caso nuestra apuesta tiene que ser
por cerrar parte de la actividad en industrias como la automovilística, la
militar, la de la aviación, la de la construcción o la de la publicidad, por
proponer cinco ejemplos. Alguien se preguntará, ¿qué hacemos con los millones
de trabajadores que en la UE quedarían en desempleo de resultas de lo anterior?
Pues por un lado colocarlos en una economía social y medioambiental que tiene
que crecer y por el otro repartir el trabajo en los sectores económicos que
permanecerían sobre el terreno.
-¿El dinero tiene que volver a tomar
cariz humano, social y medioambiental?
-Supongo que a la larga nuestro propósito sería abolir el dinero, pero si en
sociedades complejas tenemos que seguir utilizando estos instrumentos, en
efecto, habría que dedicar no ya al dinero, sino al conjunto de las actividades
económicas, una dimensión social y medioambiental mucho más grande de la que
tienen hoy.
-Afirma que hay un tiempo para cambiar,
que “si no decrecemos voluntariamente y racionalmente tendremos que hacerlo
obligados por las circunstancias de carestía de la energía y el cambio
climático”. ¿Qué supone hacerlo en uno u otro caso?
-Es claramente preferible -ya que tenemos que decrecer porque el planeta tiene
sus límites-, hacerlo de manera consciente, racional, solidaria, social y
ecológica, y no aguardar a que el capitalismo global que padecemos se desfonde
y genere un caos de escala planetaria El decrecimiento es el futuro. Carlos
Taibo, profesor de Ciencia Política en la UAMque por fuerza llevará aparejado
un sufrimiento ingente para la mayoría de los habitantes del planeta. Creo que
al final ese es el mensaje central, que empleo en el libro.
-Ante la crisis, ¿cuáles son los
posibles escenarios futuros?
-Yo manejo dos escenarios distintos. Uno nos habla de un renacimiento de los
movimientos de contestación, que probablemente van a ver cómo muchos de los
mensajes aparentemente radicales que emitían, van a encontrar un mayor caldo de
cultivo. El otro escenario lo llamo darwinismo social militarizado, y son
fórmulas que recuerdan poderosamente a muchas de las políticas que abrazaron
los nazis alemanes ochenta años atrás. Implican que desde algunos de los
principales estamentos del poder político y económico -conscientes de la escasez
general que se avecina-, se decida preservar esos recursos escasos en provecho
de una escueta minoría de la población planetaria, de la mano de proyectos por
fuerza violentos.
-¿De qué dependerá que se viva una u
otra opción?
-En buena medida de nosotros, de nuestra lucidez a la hora de ser capaces de
modificar las reglas del juego, de plantear en serio a los dirigentes políticos
horizontes distintos de los que ellos mismos están defendiendo ahora. Eso sería
ahora que tenemos tiempo, aunque empieza a faltarnos. De cualquier manera hay
algunos datos incipientes que demuestran que los ciudadanos de a pie empiezan a
percatarse de la sinrazón de nuestra actual forma de vida.
-Centrémonos en el segundo escenario.
¿Son posibles las revueltas de una sociedad descontenta, que quiere mantener
sus privilegios y estado económico y expulsa a los más pobres e indefensos?
-Creo que es perfectamente creíble que en ese escenario de darwinismo social
militarizado se produzca lo que tú estás sugiriendo, y en realidad sospecho que
muchas de las políticas que empiezan a emerger en los países ricos hunden sus
raíces en proyectos de esa naturaleza. No es estrictamente preciso hablar de
revueltas. Si uno presta atención a las nuevas leyes sobre inmigración que está
aprobando la aparentemente civilizada UE, estará obligado a concluir que algo
de esto se está cociendo.
-¿Por qué estamos tan convencidos de que no se repetirán las soluciones tomadas
por el nazismo, donde una parte escogida de los ciudadanos se alzaron con los
recursos, privando a otros de ellos?
-No estamos tan convencidos, porque el riesgo de retornos autoritarios está
presente en nuestras sociedades y que ese riesgo se acrecienta en escenarios de
crisis. Los políticos y medios de comunicación quieren que creamos que el fin
de la crisis está cerca, pero es un procedimiento de manipulación que se
encamina a conseguir que los ciudadanos no se hagan las preguntas de fondo. El
procedimiento acabará por chocar con la realidad. Tenemos que empezar a
cuestionar la idea de que nos hallamos ante un capitalismo que registra crisis
cíclicas. Sospecho que no va a haber ninguna etapa de bonanza en el futuro, a
menos que cambien drásticamente las reglas del juego, algo que no aprecio en
ninguna de las medidas contra la crisis que abrazan nuestros gobernantes.
-El miedo de los propios ciudadanos alemanes les convirtió en seres entregados
y obedientes. Fue un miedo creado artificialmente por Hitler y afines. ¿En qué
puede desembocar unos ciudadanos con miedo a que los inmigrantes les quiten el
trabajo, a no tener qué comer, a perder su bienestar...?
-En primer lugar en actitudes visiblemente hostiles y castigadoras frente a las
minorías foráneas que están presentes en nuestros países. Creo que este es un
dato fundamental. Has mencionado una palabra decisiva: miedo. Lo que creo que
va a ocurrir es que nuestros gobernantes van a intentar amedrentar a la
ciudadanía de la mano de mensajes del tipo “si quieren ustedes conservar una
parte de sus privilegios,El decrecimiento es el futuro. Carlos Taibo, profesor
de Ciencia Política en la UAM acepten sin rechistar el conjunto de
restricciones de derechos que vamos a intentar desplegar los gobernantes”.
-¿Podríamos incluso asistir a la extinción democrática?
-Es uno de los riesgos que está en el horizonte, o en su defecto una reducción
dramática de nuestros derechos justificada legalmente sobre la base de
procedimientos aparentemente democráticos. Creo que este es un horizonte
perfectamente creíble en los países democráticos
-¿Cuál es su propuesta alternativa? ¿Necesitamos volver a una conducta
colectiva, creando un movimiento en favor del decrecimiento?
-Tenemos necesidad de hacerlo, pero tenemos también la obligación de modificar
nuestros hábitos cotidianos. Creo que una de las ideas del pasado que conviene
cuestionar es la de que sólo vamos a transformar esto si actuamos de manera
colectiva. Tenemos que actuar colectivamente, pero difícilmente vamos a
modificar las cosas si en nuestra vida cotidiana no somos capaces de introducir
esos valores que reivindicamos para el futuro.