jueves, 12 de septiembre de 2019

Apuntes de sachasofía: Oculto como nuez pecán

Apuntes de sachasofía: "Oculto como una nuez pecán".



El viejo Noettinger pasa en su canoíta "Cacho Lancha", impulsada por un antiguo Villa de 8 hacia el pueblo.

Conozco una sola persona que ha hablado con él, el islero Presentado, que fue quien valga la redundancia, me lo presentó.

 Vive sólo en el arroyo Fredes y cruza el Paraná cada tanto para comprar en San Fernando algún repuesto para el bombeador, una pala o alguna que otra cosa que no se consigue en la isla o en la almacenera de Bettiga.

Tiene una quinta de 70 hectáreas con sauce, mimbre, álamo y algunos frutales y pecanes. Es admirado porque en soledad ha logrado que todo a su alrededor -naturaleza, bichos-  le responda a la perfección.

 Trabaja zanjeando, arreglando el muelle, podando y pelando los mimbrales, o fumando en la galería los días de marea añorando su lejana Alemania.

La isla lo transformó. El monte le enseñó. El río lo moldeó. Se hizo libre. Silencioso y sabio. Pocos saben de él, y un día pude visitarlo y apuntar algunas cosas que dijo tras una de las sesiones de acupuntura  por su dolor de espalda, mientras me cebaba mate con miel.

En su tono gringo acriollado decía:

"El sabio se comporta como el nogal. Este árbol no se aferra a sus frutos (lo mejor que tiene para dar de sí), sino que simplemente, en silencio, los produce internamente durante largos meses y después los suelta. Luego, con su enorme humildad, larga toda su hojarasca seca y entonces esos maravillosos frutos quedan ocultos, tapados, invisibles. No es árbol que haga alarde de su hacer. Su producción no es colorida ni vistosa, ni es sostenida en lo alto de las ramas para espectáculo del mundo.

Su fruto, la nuez, es austera, marrón, opaca, escondida en el suelo bajo la capa ocre de hojas secas. Nadie ve sus frutos.

Solo quien está dispuesto a mirar hacia abajo, la vista a la tierra, a revolver la hojarasca doblando la espalda, los encuentra y goza de su delicioso y nutritivo fruto. Así son los verdaderos maestros, solo aparecen cuando uno está preparado para verlos y recibir su enseñanza.

El sabio se comporta de la misma forma con sus “frutos”. Son invisibles para los demás, él no hace alarde de ellos, los oculta en la hojarasca de lo cotidiano, de lo ordinario, de lo insípido de lo obvio y mundano. Es de los que “parecen menos, pero pa dentro crecen”.

Solo aquel que está despierto, que no se deja enceguecer por los fuegos artificiales de los ruidosos “benefactores de la humanidad”, ve los frutos ocultos del que trabaja en silencio, por detrás, siempre abajo, tapado, invisible."

Así es el viejo Noettinger, flaco, blanco, plateado y flexible como un álamo, que saluda agitando su brazo desde el muelle del Fredes, mientras empiezo a enfilar hacia el lado del majestuoso Paraná.

Jbv

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