lunes, 27 de abril de 2020

Apuntes de sachasofía: El lamento del Crespín




Hace tres días que oímos un lamento incesante, como de hamaca vieja que chirría.

Lo recordé, vino a mi presente desde el acerbo folklórico de nuestra identidad y de la memoria de don Francisco Kelo Palacio, compañero de trabajo de mi primera juventud.

En las eternas horas de oficina yo viajaba al interior profundo del país desde esa mazmorra de formularios y expedientes en Tacuarí y Venezuela, cabalgando en los cuentos de este catamarqueño que había llegado a Buenos Aires desde su absoluta pobreza e ilusión campesinas en los años sesenta.

Él se rascaba la nostalgia relatándome sus leyendas y andanzas en los cerros y montes de Belén.

Por su sangre navegaban 300 años de América mestiza, que le dieron una primaria incompleta, y una biblioteca llena de leyendas y misticismo ancestral en el alma.

Recordé el canto del crespín y la imitación perfecta que Kelo hacía de ese lamento interminable. Esa ave mística que viene a recordarnos la dualidad de esta existencia, en la que vida y muerte, luz y sombra, alegría y pena, bien y mal, amor y odio, trabajo y disfrute danzan y se ínter transforman mutuamente.

El crespín llora su tragedia de no haber podido integrar la dualidad en una unidad sanadora. Se duele y lamenta el no haber sabido reconectarse con ambas caras de la existencia y formar una vida integral.

Hace tres días que entre nuestro monte llora el crespín. ¿Qué oculto mensaje nos trae este misterioso visitante? ¿Qué más falta integrar?

Del Dos hacer Uno. Eso nos llora el crespín para que no sea tarde, como lo fue para él.

Jbv.

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