jueves, 3 de diciembre de 2020

Las lenguas de fuego

 


El gran maestro de Galilea no fue un adoctrinador. No fue un llenador, sino mas bien un vaciador.


La potente pedagogía del vacío fue su prédica. Un desdogmatizador.


Siempre instó a sus discípulos a soltar las amarras conceptuales de sus barcas pescadoras y confiar en el poder del espíritu. Sólo ligeros de equipaje esta fuerza actuaría a través de ellos. Limpiar el canal, vaciar y purificar el cáliz, el cuenco.


Sólo enseñó el amor y la vacuidad. La con-pasión con el resto de los seres que sólo puede experimentarse (no como idea mental sino como experiencia vital de no-dualidad) tras la eliminación del ego.


De muchas y variadas formas propuso descartar todo aquello que nos llena y obstruye. Toda esa basura mental y dogmática acumulada.


"Sigueme y deja que los muertos sepulten a los muertos". "El que no abandona a su padre y a su madre no puede seguir mi camino".


Todo aquel lastre heredado de culpas, mandatos, prejuicios, roles y deberes son el tapón que impiden que la fuerza del Gran Misterio se manifieste a través de nosotros. Es preciso limpiar el cáliz, encontrar odres nuevos para este vino nuevo. 


Fue el maestro  sin enseñanza. Sólo el amor y la absoluta confianza en el poder del Espíritu. Solo haciéndose a un lado éste puede manifestarse.


Habla pues, de un nuevo estado de consciencia llamado "el reino de los cielos". Ya los esenios hablaban de él y conocían el acceso a través de la purificación y la comunión con las fuerzas naturales. El reino es el resultado del ego disuelto, ese ego construido con los ladrillos de la historia personal, los inútiles conceptos dualistas sobre la vida, los prejuicios que arrastramos, nuestra desmesurada importancia personal. Nada bueno puede surgir de ese sueño, ni ninguna fuerza actuar a través de nosotros.


El estado de consciencia que mostró el carpintero fue Total, sin distinciones. Un reino donde el puro espíritu actúa en quien se ha vaciado de si mismo. Fue el reivindicador del principio femenino que seis siglos antes había enseñado Lao Tsé. El vacío receptivo, la flexibilidad del perdón, la humildad de abrirse para que la fuerza se manifieste. El Wu wei, la no intervención del ego humano en el curso natural de las cosas. Ser tierra, humus para que la semilla germine. El misterio del principio hembra.


"No se haga mi voluntad, sino la tuya". La confianza en el espíritu hasta las últimas consecuencias.


"No os angustiéis sobre cómo habéis de hablar o qué habéis de decir, porque se os dará en aquel momento lo que debéis decir. Porque no sois vosotros los que hablareis, sino el espíritu a través de vosotros. 


Es la Puerta de la Hembra Misteriosa.


Su prédica fue la antidoctrina. Lejos de enseñar qué hacer o decir, mostró que lo único que importa es tirar todo el lastre, y arrojar las redes con confianza. La pesca se dará sin buscarla. Solo es preciso confiar y abandonar todo lo que se sabe sobre pescar.


Es la confianza absoluta en el Poder del Gran Misterio. Es la vida sin juicios, vacíos de equipaje, que responde con absoluta naturalidad y espontaneidad a aquello que se presenta. 


Así el verdadero amor desinteresado se manifiesta como fuerza desbordante que no hace acepción de personas, que da a cada cual lo que necesita (no lo que desea) a través de quien vive en la conciencia del vacío total, en el "reino de los cielos".


Ese estado de conciencia acrecentada fue el que es representado en el pasaje  evangélico de pentecostés, cuando el Espíritu desciende en forma de lenguas de fuego sobre los discípulos que habían logrado la desdogmatización total y la purificación del corazón/cáliz. Habían arrojado todo su lastre, toda la basura y los temores que guardaban. Y abrieron la puerta de la hembra misteriosa de la que Lao Tsé habló.


Quienes los escuchaban se sorprendían estupefactos al oírlos hablar "cada uno en su propia lengua". Cuando hacemos silencio en el vacío el espíritu habla en nuestra lengua y lo comprendemos. Cuando hacemos vacío en el silencio, el espíritu habla a través nuestro en la lengua de los otros y así pueden comprendernos y se nutrirse.


El galileo fue el maestro de la antidoctrina. Quien la vive pasa a habitar el reino de los cielos aquí en la tierra. Todo se vuelve dar y recibir como el romance entre una mansa orilla y la marea. El que habita ese reino es siempre desconcertante, sorprendente y espontáneo porque él no está allí. No hay un ego limitado presente entorpeciendo. Es fuente inagotable de la que cada cual va a beber el agua viva pura y fresca que necesita.


Jbv.


No hay comentarios:

Publicar un comentario