martes, 29 de diciembre de 2020

Hex. 18, la integración total y la resurrección


 


Ser la montaña 


Solo quien ha integrado al fin su ánima y su ánimus, el que ha podido resolver a su padre y a su madre, aquél que ha limpiado el cuenco lleno de putrefacción y bichera y abrazado definitivamente el yin y el yang que danzan en sus sombras es capaz de vivir en verdadera quietud interior, como un gran cerro que siente a sus pies la suave brisa soplando.


Limpiar el cuenco


El hexagrama 18 del i Ching, "El trabajo en lo echado a perder" es la guía de toda la tarea que hemos de cumplir en nuestra evolución. Es además un fuerte símbolo de la liberación de la consciencia crística, la muerte y la resurrección.


Cuando hemos sanado lo que se echó a perder en nosotros, toda aquella tradición interior y familiar, sistema de creencias y cosmovisión, es como limpiar el  cuenco lleno de comida podrida y de gusanos, y acceder a la verdadera y profunda quietud interior.


Dice Richard Wilhelm en su comentario al hexagrama 18: "La indiferencia y la inercia que han conducido al estado de corrupción y podredumbre deben ser reemplazados por la decisión y la energía a fin de que un nuevo comienzo pueda suceder".


Los tres días de putrefacción y los tres días de resurrección


Dice el dictamen: "El trabajo en lo echado a perder tiene elevado éxito. Es  propicio atravesar las grandes aguas.

Antes del punto inicial tres días, después del punto inicial tres días".


Es la simbólica conciencia de cristo. El tiempo necesario para que todo se derrumbe y se corrompa, la cruz y la muerte, y la resurrección al tercer día de oscuridad.


Sólo cuando dios te ha abandonado somos libres y lo abandonamos a él. Así  somos capaces de morir a todo nuestro podrido sistema de creencias, a nuestras equivocadas ideas sobre nosotros mismos y sobre los demás, a nuestra ridícula cosmovisión personal.


Alguien que hace ese trabajo con lo echado a perder es un cristo, un "noble" que como dice la imagen: "sacude a las gentes y fortalece su espíritu".


Sólo quien ha realizado su integración, quien limpió su cuenco es capaz de ser verdadero guía, maestro de los demás y sacudir sus consciencias y así fortalecer sus espíritus y mostrarles la senda de la evolución. Un "maestro" que no ha hecho esa tarea, sólo proyecta sombras y dice palabras ajenas.


Todo lo que está putrefacto en nuestra tradición familiar, en nuestra propia tradición  íntima y personal, es decir, ese ridículo relato que nos hacemos permanentemente a nosotros mismos, debe ser limpiado o lo proyectaremos en cada idea, en cada relación, en cada convicción.


Nuestra Ánima familiar, personal, el yin interior, nuestra imagen femenina, materna, debe ser sanada.


Nuestro Ánimus familiar, personal, nuestro aspecto masculino el yang interior, debe ser inexorablemente sanado.


Dicen las líneas: "Rectificar lo echado a perder por la madre"


"Rectificar lo echado a perder por el padre".


"Tres días", el tiempo en que todo se pudre. La muerte, el abandono de dios. Sólo cuando supo quién era su verdadero padre, Jesús condescendió a morir en la cruz -el punto inicial-.

"Tres días" el tiempo de silencio y oscuridad necesario para la integración total y la resurrección.


Vivimos hasta el último día al servicio de "padres y madres" asumiendo perspectivas ajenas que un día ya tienen gusanos y muy mal olor. 


Sólo cuando realizamos la tarea de limpiar eso que se ha echado a perder podemos ponernos como dice la última línea mutante "al servicio de metas más elevadas" y dejar de servir a los intereses de esos figurones mundanos que son "reyes y príncipes".


Toda esa herida de servidumbre, de sumisión, de moverse en la sombra, arteramente, de silencio hiriente y asesino, debe ser cerrada al atravesar las grandes aguas del ánima.


Toda esa tontería del éxito, del reconocimiento, de la fuerza física, de la provisión, el palabrerío banal incesante, el nombre, la violencia, debe ser eliminada cruzando hasta las lejanas playas del ánimus.


Y un día tal vez habremos nosotros abandonado a ese dios. Los ojos se abrirán y uno será la montaña. Un gran cerro con la suave brisa soplando a nuestros pies.


Allí arriba el aire de altura es fuerte, vivificante, frío. Y permitiremos alegremente y en pura quietud interior que quien se anime, ascienda hasta esas elevadas cumbres a acompañarnos.


Jbv.

1 comentario:

  1. me he permitido anotar en mis papeles tus palabras. Precisas, claras, profundas. Han ido creando dentro mío imágenes, horizontes, aires. Ya ese dios deberá descansar en paz, arriba respiraremos el aire puro y cortante de la montaña. Gracias por toda esta riqueza.

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