miércoles, 13 de diciembre de 2017

La danza



Todo está en permanente cambio, movimiento y transformación. Ningún fenómeno permanece estático.
Por más que nuestra mente ordinaria así lo perciba, en silencio, en el sendero de lo invisible, todo está mutando y convirtiéndose en otra cosa.

La fuerza vital, el Qi (chi), sustancia de la que todo está hecho en diferentes grados de condensación, jamás está en quietud.

Todo ser o fenómeno que percibimos como algo acabado, definitivo, no es más que un momento, un recorte, una foto en un proceso de transformación que ocurre en el vacío, en donde haya espacio, y transcurre y sucede en el tiempo.

Todo, desde la célula más ínfima hasta las vastas galaxias danzan y se mueven al compás de la fuerza creadora y destructora del Tao.

El arte de la adaptación es el poder contemplar esa coreografía de mutaciones y acompañarlas.

Creación y destrucción. Vida y muerte. Denso y etéreo. Disperso y condensado. No detener la atención en alguna fase particular y parcial de la danza. Yin y yang bailan el canto cósmico.

Nuestra mente es la que hace valoraciones sobre lo bueno y malo de cada movimiento. La fuerza no se detiene jamás.

En uno está juzgar, quedarse a valorar la foto, atarse al mástil de la barca en el temporal, o sonreír en silencio y bailar.

El cielo ruge y su fuerza empuja los dones de la tierra para dar nacimiento.
El trueno como un dragón lanza el comienzo de la caída del agua sobre los diez mil seres sin distinción.
La quietud de la montaña es donde el viento descansa.
El fuego que todo lo arrasa le hace guiños al lago que calla en profunda serenidad.

Así la danza es perfecta, nada sobra, nada falta, y las mutaciones se suceden en el teatro cósmico de la creación y la destrucción.

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