miércoles, 13 de diciembre de 2017

Por la senda propia, camino hacia lo invisible.

Cuando se está conforme a la naturaleza de las cosas, estas cosas se olvidan. Cuando el hígado funciona según es su naturaleza hacerlo, uno no se acuerda de la existencia del hígado.

Cuando se respira profundamente, sin esfuerzo y dificultad, el hombre se olvida del aire y de su necesidad de él.

Los peces se mueven en el agua, los hombres por su sendero natural. Los que se mueven en el agua, se olvidan de ella, los que se acomodan a las mudanzas del camino, se olvidan del camino sin ocuparse de nada, y así su naturaleza se basta a sí misma.

El artesano que conoce su técnica a al perfección, ya no piensa en ella, y los pies andan uno atrás del otro sin esfuerzo cuando son fuertes y ágiles.

Se olvida el pájaro de la gravedad cuando vuela. Se olvida el hombre de todo cuando anda por su propio sendero que le es natural.

Todo aquello que se vive como una falta: deseos, ambiciones, búsqueda del “éxito”, se hace sentir permanentemente, su presencia es total y se fija como obsesión, invade todo nuestro ser.

Lo que está, pero no es acorde a nuestra naturaleza, sobra: adornos intelectuales, espirituales, artificios, poses, modas, actitudes, mandatos. Sobran, pesan, se hacen sentir como un universo en la espalda. Es esforzado, agota y dispersa la energía vital, nos entorpece y desvía del sendero que nos es propio y auténtico.

Los que es natural no se nota, no hace ruido, pasa inadvertido, silencioso, invisible.

Lo artificioso va con andar torpe, forzado, ruidoso, brillante, estridente.

Lo que fluye por el sendero se hace simple, fácil.

Lo otro se arrastra por el camino, agota, enferma, distrae. Se nota.

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