viernes, 8 de diciembre de 2017

Ha llegado el fin de los "100 años de silencio"




Desde hace unos años ha comenzado a darse en el seno de muchos grupos indígenas un movimiento sutil, un leve giro que tiene por eje la cosmovisión originaria, quizá la expresión más acabada de su particular manera de estar en el mundo y la vida. Están empezando a mostrar a los demás ese "tesoro" que durante tantos años permaneció oculto y protegido.

Es un movimiento todavía tenue, que coincide además con la necesidad de muchos occidentales de buscar nuevos caminos para afrontar la actual crisis que se manifiesta en todos los órdenes de la vida contemporánea.

Algunos ancianos mapuches dicen que han finalizado los "cien años de silencio" que se impusieron después de la derrota sufrida por el estado nacional en el siglo XIX. Y más al norte, en las culturas de los Andes, los quechuas hablan del nuevo "Pachakutej", ese "Darse vuelta la tierra" que se produce cada ciertos ciclos del tiempo, trayendo aparejados cambios profundos, que esta vez, según parece, es para todos y no sólo para los originarios.

Se está construyendo así un puente, una zona de encuentro, en la cual los indígenas tienen mucho para decir y ofrecer. Especialmente en lo referido a la recuperación de una visión totalizadora, asentada en valores básicos como la relación armónica con la naturaleza, el cuidado de todos los seres vivos, el respeto por los ancianos y los niños, el sentirse parte de la tierra y del universo, el sentido comunitario de la vida.

Es que una buena parte de indígenas y occidentales están transitando un verdadero cambio de conciencia, como si prepararan el terreno hacia un futuro distinto, hacia una nueva visión del mundo que integre todas aquellas perspectivas que coadyuven en la construcción de una sociedad que sea una síntesis superadora. Para hacer carne la idea de los "Chaka runa", esos "hombres y mujeres-puente" que tenían la responsabilidad de reunir e integrar y de los que hablaban los incas.

Este novedoso proceso reafirma y recrea la identidad indígena en una sociedad argentina que marcha -como el resto del continente- hacia una nueva configuración, caracterizada por la diversidad y la presencia de un multiculturalismo donde la aceptación y valoración de las diferencias será una de las reglas fundamentales.

De los pueblos originarios, el momento parecería estar signado por el fin de los "cien años de silencio", esa pausa existencial de auto protección y preservación que se impusieron después de la conquista de los últimos "territorios indígenas libres" a manos del Estsdo argentino. Esto llevará así un proceso de flexibilización y diálogo hacia los otros sectores no indígenas de la sociedad que, en los últimos años, parece empezar a manifestarse con mayor intensidad.

La reparación de deudas históricas, incluyendo las que tiene el propio Estado argentino para con los pueblos indígenas, como la resolución del conflicto de las tierras y territorios que sigue apareciendo como la reivindicación primera e indiscutible, es una asignatura pendiente sobre las cuales no podrá pasar mucho más tiempo sin ser satisfechas por parte del conjunto de la sociedad.

Es que los indígenas de nuestro país están frente a un doble desafío: caminar decididamente con sus propios pies, sentirse definitivamente orgullosos de ser ellos mismos, hacer oír sus propias voces. Y, al mismo tiempo, asumir que ellos tienen un mensaje para todos los que habitan este suelo: la Madre Tierra está herida y en peligro. Como sostienen los paisanos guaraníes, la Tierra está cansada de vivir.

La noción del cansancio cósmico nos remite a la profunda relación de los pueblos con la naturaleza y el universo; una relación que entiende a la tierra como un ser vivo, que asume como un deber del hombre el tener que cuidarla, que lo liga espiritualmente con el suelo que habita, pues sabe que allí descansan los "antiguos", y que allí también se asientan los valores comunitarios.

Una relación con la naturaleza y el universo donde se respetan las otras formas de vida, como los animales y las plantas, de los cuales el hombre tiene todavía mucho que aprender. En el caso de los animales, los indígenas disponen -como indica la ley de los antepasados- sólo de aquellos que son indispensables para la subsistencia, haciendo del principio de no matar de más un mandato sagrado. En cuanto a las plantas, ellos conocen desde hace miles de años la inmensa sabiduría que encierran.

La Tierra es el hogar y su cansancio vital puede llevar a un punto de no retorno para todos los seres humanos. Los pueblos originarios, por esa relación particular con ella, son uno de los principales interesados en advertir esta situación. Y al ser los que mejor la entienden, son los que tienen una capacidad especial para cuidarla.

Hoy muchas voces se alzan para decir que valorando y reivindicando a los grupos indígenas también estamos protegiendo millones de hectáreas de biodiversidad, y una manera de estar en el mundo que contribuye decididamente a una forma de vida más armónica.

El desafío que tenemos por delante se centra en la necesidad de caminar juntos por la ancha avenida de los nuevos tiempos por venir, signados por el respeto y la valorización de las identidades propias, pero con la novedad de intercambiar, dialogar, y celebrar el surgimiento de un mundo más espiritual, pacífico y esperanzador.

Carlos Martínez Sarasola, "De manera sagrada y en celebración". 2009.

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