jueves, 5 de diciembre de 2019

Apuntes de sachasofía: "Una luz pa' iluminar a cada uno"






En uno de los tres o cuatro caseríos que se recuestan perezosos y dispersos en las serranías de El Siambón vive don Robles.

En una casita que tuvo su larga y vieja historia,  pero sobre la que no daré más detalles porque sé que a él, criollo que es todo huella invisible, secreto y sobria discreción, lo incomodaría haciéndolo notorio.

Una banderita argentina corona la cumbrera del rancho que casi siempre está cerrado. Él vive solo, sale tempranito en su moto (el nuevo flete del cerreño hace ya varios años), y vuelve por la tardecita.

A veces anda por los senderos del Periquillo moviendo hacienda, en el río juntando piedra,  o buscando leña seca en las cercanías.

Sus rasgos revelan su sangre mestizada con algún gringo, aunque su conocimiento bien paisano del monte y el cerro -dicen- es insuperable.

 Silencioso y siempre sonriendo, cuando paso por su frente y me ve, corre atrás de la casa y vuelve al trotecito con una bolsa en la mano. Algunas veces son paltas, otras ciruelas, otras duraznos, un cayote. Robles da. Siempre da. Sonriendo.

Una sola vez tuve una larga charla con él que trascendió el tema del clima, los animales o la fuerza con la que venía el río tras alguna de esas desmesuradas lluvias tucumanas.

Hablamos del servicio, su manera de hacer militancia,  de cómo ve las cosas de la política y de la pobre patria.

Robles se rige por una sola ley: la gauchada. Ese sacro mandato criollo del servicio espontáneo y radical hacia quien precisa. Tiene plena conciencia de que el mundo va mal, muy mal, y que tal vez sea ya olvidable la utopía de un paraíso terrenal. "El paraíso está en le corazón de cada uno. Y el infierno también se lleva adentro adónde uno vaya. Pero hay muchos que necesitan, muchos andan viviendo mal."

"No es posible ir al paraíso solos.  Si hay una vida espiritual, una escalera por la que ascender al dios, no se puede subirla sin expandir la luz que uno encuentra hacia los otros. Darles una manito para que puedan subir ellos también. A los cansados, a los que sufren las maldades de los que tienen todo."

Cada vez que Robles ayuda a alguien (me lo han mentado otros lugareños), él pide, como hacía también el nazareno, que no se lo diga a nadie. Que guarde la reserva. Y que si quiere retribuir la gauchada, lo haga con otro necesitado.

"La luz interior se da en secreto, con la mano medio cerradita. Como si tuviera un tucu tucu atrapado. (Tucu Tucu, tuquito, tuco, es un insecto con dos ojos verdes incandescentes). Se le da al otro en lo oscurito, sin que nadie vea."

"Uno prende su lucecita interior, como dice el Señor, no para esconderla en un cajón, pero tampoco para andar encandilando y brillando. Cuando uno da, es como dar un tuquito, que tiene dos ojitos luminosos: una lucecita alumbra al que es ayudado, y la otra lo ilumina a usté. El servicio y la gauchada nos iluminan a ambos."

"Esté atento al otro. Sea suave, servicial, en lo secreto. Dele la mano al prójimo y al irse déjele el tucu pa que se lo ofrezca a otra persona, y así se sigan alumbrando."

Me salió al cruce una tarde en la que yo volvía de alguna de mis habituales caminatas por esas senditas en las que sólo andan la vaca, un pensativo lugareño a caballo y el silencio desconfiado de la montaña.

Robles enseña desde el anonimato y la austeridad de palabra. Muy pocas veces habla -dicen- y me ha honrado ese día con su magisterio de sachásofo consumado, regido por la única ley que ata al paisano aún libre de los interioriores de nuestra patria profunda: la espontánea y sacra gauchada.

Jbv

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