martes, 14 de enero de 2020

El carpintero








El carpintero atento corta la madera.

 Realiza los movimientos adecuados, la presión justa de la mano sobre el serrucho y la caladora. El olor del cedro en el aire, todo lo inunda de su aroma. El sonido de la máquina en el taller, el u u uu de las palomas isleras cuando se hace el silencio.

La textura de la madera sin cepillar, peluda, rasposa. La garlopa, el cepillo de mano, la viruta que se enrolla como rulos en el bote y luego salta al paso de la cuchilla. Brillosa veta, refleja la luz.

Todo el carpintero está ahí. Con notable precisión ensambla con golpecitos cajas y espigas. El espacio es perfecto, ni muy apretado ni muy mucho holgado. Va tomando forma el mueble. Un banquito quizás. La cola en los dedos, pegajosa.

El olor del cedro trae los trinos de los pájaros que habitaron aquel valle de Raco, Siambón, Nogalito; está impregnado del rumor de algún riacho de montaña que pasaba cerca diciendo su incesante adiós, y late aún en su madera el beso de unos amantes que se fusionaron al pie de aquel cerro lejano.

 Todo eso vibra en las manos del carpintero mientras trabaja. Y él asume esa dimensión con total seriedad y responsabilidad.

Allí está la pieza terminada, nada extraordinaria. Pero el carpintero siempre estuvo ahí presente, en cada inhalación, en cada exhalación. En el aroma, en el sonido de las herramientas, en el “chisss” de la raspilla y la lija. Siempre ahí. Cuando se iba, traía de vuelta su mente aquí.

A poca distancia, otro carpintero realiza un mueblecito similar. Preciso, prolijo, firme. Pero está vacío, aislado, sin alma, sepado por abismos siderales de su creador.

 El otro lleno, plena comunión entre poder creador y fuerza receptiva.

Estar o no estar en la acción.

¿Será lo mismo? Entre el artesano y la obra, ¿hay vacío, ruptura, o el continuum energía-materia entre dos cosas que para el distraído parecen separadas, pero que están indefectiblemente unidas para quien está atento?

¿Son lo mismo ese cedro que  crece en algún cerro tucumano, los pájaros, los amantes, el río y el carpintero presente? ¿Qué mística unión los fusiona?

¿Y el cedro y el carpintero que vagaba por sus pasados, futuros, frustraciones y ansiedades, ausente de su tarea mientras trabajaba mecánicamente, son lo mismo?

Y así la vida. Y todo lo que hacemos, hasta lo más insignificante puede cobrar cósmica dimensión, estar bellamente unificado con cada fenómeno y acto que aparenta ser aislado, o podemos vivir en el reino estanco de los fragmentos separados y las vidas ausentes. Estar en lo que hacemos, uno con todo, es una clave posible hacia la Unidad.

jbv

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