lunes, 4 de mayo de 2020

Apuntes de sachasofía: "Mujeres que equilibran el universo. Doña Pastora, la sabia de la montaña."



El conjunto de prácticas conocidas popularmente como "medicina criolla" se encuentra en plena vigencia y está hondamente arraigado en los usos cotidianos del pueblo.

Pueden encontrarse "curanderos", "señoras o señores que curan" en muchísimos pueblos de todo el país, en zonas rurales y los grandes conurbanos.

Estas medicinas pueden rastrearse además en infinidad de obras del cancionero criollo, en relatos literarios y manifestaciones artísticas de todo tipo.

Es una práctica que incorpora elementos europeos paganos, católicos e indígenas americanos. Se diferencia bien de las medicinas tradicionales puramente aborígenes, contando con herramientas prácticas y mágicas, como el uso de las tradicionales ventosas, masajes, uso de hierbas, y por otro lado rezos, "curas de palabra", y manejo de las energías sutiles a través de imposición de manos, sahumos, etcétera.

La persona que ejerce estas medicinas lo aprende por tradición oral, o por "revelación", por medio de sueños, de haber sobrevivido una grave enfermedad o accidente, o por algún tipo de conexión suprasensorial con fuerzas de la naturaleza, Dios, u otro tipo de canalización.

Lejos de ir despareciendo, esta medicina criolla convive con la medicina moderna de manera totalmente natural en las poblaciones rurales, en las que la atención estatal es deficiente o directamente no existe, siendo muchas veces la primera instancia de salud.

La medicina criolla tradicional es parte fundamental del acervo folklórico del pueblo argentino y latinoamericano, y conocerla y cuidarla es fortalecer nuestra identidad y nuestra cultura.

Asi como la copla, con sus matices, temas, colores y paisajes, podría ser considerada como el documento de identidad que une la cultura de nuestras regiones, la medicina criolla es también otro preciadísimo tesoro que sin embargo es aún ignorado y hasta despreciado por nuestras clases "cultas".

A la música popular se la buscó, revivió y valorizó grandemente. La tarea de gente como Leda Valladares, Andrés Chazarreta o Juan Alfonso Carrizo, es invaluable.

También se reconoce el valor de nuestras danzas, comidas, artesanías. ¿Por qué no ocurre lo mismo entonces con esta maravilla que es la medicina criolla? ¿Por qué son sistemáticamente ignorados y subestimados quienes la practican, los llamados curanderos, sanadores?

Si, es probable que no tengan el glamour de las terapias New Age, y son un poco demasiado religiosos para el deconstruido progresista urbano.

Pero su valor está tan arraigado en el pueblo que muchísimas obras del cancionero popular la recogen. Y basta vivir fuera de cualquier ciudad, o en las orillas, para ver cómo la gente acude a ella masivamente.

Se trata de un completo sistema médico que incluye diagnóstico, tratamiento, mantenimiento de la salud y planes terapéuticos. Es una disciplina holística, que integra a la persona en una unidad fisica, psicológica, emocional y energética.

Claro que está lleno de chantas, ¡como también lo están los escenarios!

Por eso me gusta decir que "el uso del yuyo es tan folclórico como una chacarera o una zamba".

Llevo una espina clavada, que es la de no haber podido conocer a doña Pastora, que tuvo las ganas de irse al silencio unos meses antes de que yo me radicara en los valles del Siambón.

Pero sí tuve la dicha de haber escuchado de boca de todos sus allegados las historias de su maravilloso don de curar escuchando, diciendo la palabra precisa y purificante, y tal vez recetando algún yuyito del cerro.

Pastora es un fiel exponente de esta medicina del cuerpo y del alma que aún pervive en el campo argentino.

Llegó a El Siambón cuando era muy chica a trabajar en los cercos de verdura. Vivió cien años y se convirtió en la consejera del pueblo y “la abuela de todos”.

Su nombre era Doña Pastora, mejor conocida como “la sabia de la montaña”.

He visto en el interior de algunos  ranchos de la zona altrarcitos a la virgen, y a su lado la imagen de La Pastora. Esa es la veneración de sus paisanos a su entrega.

Conocía todos los yuyos del cerro. El poder sanador de la senda vegetal. También sabía la fuerza de la medicina de la palabra, y el milagro curativo de la atenta escucha al que sufre.

Bajó al Siambón desde Chaquivil cuando era muy chica. Desde ese momento emprendió una tarea solidaria y sanadora.

Era devota de la virgen, curandera y consejera de todo el pueblo. “Era mucho de conversar y ayudar con su palabra a gente que se sentía sola. Muchos le decíamos la sabia de la montaña, porque a todos les llegaba mucho lo que ella decía”.

Pastora enviudó en 1984 y como no podía tener hijos, adoptó a Palmira y sus siete hermanos. Mientras tanto, seguía trabajando en los cercos. “Hacía trabajos que en general eran realizados por hombres. Trabajó de sol a sol y por eso nunca nos faltó un pedazo de pan en la mesa, por eso me emociono, porque fue una gran luchadora y una gran mujer”, dice su nieta Palmira.

Sencillez, humildad, solidaridad, espiritualidad profunda y austera.

Pepa Carrillo también es nieta de Doña Pastora. “Ella era la abuela de todos. Lo poco que tenía lo compartía. Ayudó a muchísima gente, curó de palabra a cientos de personas sin pedir nada a cambio. Recibía al pobre, al rico, al grande y al chico”, contó.

Pepa comenta que había personas que la visitaban por enfermedades que los médicos no podían curar, pero Pastora sí. “Porque ella entendía lo que nadie entendía, incluso sin hablar mucho."

La sabia de la montaña, mujer-tierra-vasija-medicina recordada y amada por su gente. Su energía poderosa está allí aún. Lo invade a uno cuando anda por esas senditas perdidas o al pasar por la que fue su casa tantos años.

¿Cuántas Pastoras más esconderán los cerros, las islas, la selva, los pueblos llaneros, todos los caminos ocultos de nuestra patria?

 Jbv.

Foto: mural en su homenaje en la parada de colectivo de Raco, Tucumán.

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