sábado, 9 de mayo de 2020

Las cinco transformaciones



Las cinco transformaciones

De cinco mutaciones me habló el Gran Misterio. Cinco transformaciones me reveló. Y el viento me susurró en un sueño el largo y sinuoso camino que el destino nos trazó.

Soy semilla. Brotan de mí las transformaciones latentes que llevo dentro, como un destino inexorable. Todo ya está ahí dispuesto si es que los ciclos y las condiciones me encienden con su chispa creadora.

Y soy la madera. Crezco, me expando y busco la luz. Toda una esencia y un camino latiendo en el grano hundido y dormido en la tierra. Y despierto, elevo mi tallo, y soy rama para tus nidos, y florezco en mil flores. Y por mi fruto me conocerás. Soy el eje celestial, nexo entre el cielo y la tierra, morada del Alma etérea de los sueños. Soy fuerza creativa, expansiva, simbólica y el viento es mi voz. Y soy semilla, planta, árbol, flor, fruto y semilla otra vez. Y luego me quedo, me voy secando y endureciendo en el ocaso de mi ciclo. Y no me aferro, lo dejo ir y mutar, transformarse.

Y me enciendo fuego. Y ardo y quemo los restos secos de esa madera que un día fui. Y me ilumino, y los ilumino, y los caliento y cobijo en las noches de la estrella y la Alegre hermandad. Y el espíritu me habla, me susurra la inquietante verdad: caer en la cuenta de que al final, nadie arde ni es luz por sí mismo. Toda luminosidad, todo fuego, todo ardor reclama humildad y reconocer que ningún brillo es propio. Sino que es producto de la muerte y la extinción, de la entrega del otro hacia sí. Toda luz surge de la adherencia a lo que ha muerto, a lo descompuesto, a lo putrefacto para poder arder. Lo más luminoso depende en última instancia de lo que se descompone para renacer en fuego. Y ese es lamento y la vergüenza del santo Fuego: la máxima luz es hija y esclava de la putrefacción.
Y al fin me extingo, y dejo tras de mí cenizas que se hacen tierra. Y no me aferro al final del ciclo. Le permito su final, mutar y transformarse.

Y soy restos de combustión. Y soy ya tierra, sostén, cuenco vacío, receptividad, campo fértil, humus, madre nutricia, centro, quietud, estabilidad. Y todas las fuerzas del Cielo actúan en mí y a través de mí, y se hacen vida. Por arriba y por abajo, afuera y adentro nutro, guardo, sostengo y alimento. Y cuando el afuera mengua, cuando el cielo se enfría y oscurece, permito que las energías desciendan y se refugien en mi seno. Y me vuelvo manto y cobertura de los tesoros que oculto bajo mi ropaje de apariencia seca, gris, dormida. Tesoro mineral, oro incorruptible, frío Metal, habitado por el Alma Corpórea de la materia sin mente. Y no me aferro al final del ciclo, le permito mutar y transformarse. Me vuelvo, me voy hacia adentro a la patria de las honduras del espíritu. Allí me enfrento al frío helado de la soledad interior, a la interioridad deshojada de máscaras del otoño espiritual.

Y siento brotar de mi pureza áurea la chispa de la divinidad, el germen de la vida. Empieza desde mi a brotar un nuevo y húmedo renacer. Y no me aferro, acepto esa disolución y me hago agua. Soy manantial, brotan en mi transformados lo que fueron miedos y terrores y hoy son promesas y vehículo de toda vida. Albergue de resurrección y fresca esperanza. Y rodeo las piedras, y avanzo por lo más bajo, nutrido de mil arroyos y vertientes. Y corro, y me amoldo sin forma, con la flexibilidad de quien acepta lo que el momento dispone. Y soy Agua, substrato líquido del inconsciente colectivo de la humanidad. Soy símbolo, numinosa incomodidad, inquieta profundidad. Y soy también agua clara, portadora del mañana, agua nutrida y nutriente. Todas las raíces y semillas que fui empiezan a amanecer cuando dejo al ciclo mutar y transformarse.

Y el ciclo es un día nuevo. Y despierto Madera una vez más. Soy germen, semilla, Raíz, hierba fresca que busca ser árbol de nuevo. Ser tronco, ser rama, ser flor. Ser mutación, movimiento, un eterno sendero de transformación.

Jbv.
Imagen: Ciclo Wu Xing. Las cinco fases o movimientos del qi.

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