martes, 7 de septiembre de 2021

El viejo libro que guía mis pasos.


 

Sin saber bien adónde dirigirme me entrego a las arcaicas palabras del viejo libro de adivinación, del cual jamás debería yo apartarme.


También llegan hasta mí los ecos del anciano maestro orejudo que decidió borrar su historia personal yéndose hacia el ocaso a lomos de un manso buey.


Y así encuentro el paso correcto y rectifico mi camino.


El movimiento incesante de la existencia es una danza de la que quien no participa interiormente se pierde las delicias de esta larga y a la vez brevísima travesía.


Llevo adentro nostalgias por mundos antiguos que no conocí y de saberes ancestrales que hoy busco hasta debajo de las piedras y en lo hondo de la madera. Y a la misma vez ya no busco más. 


Solo sostengo en mi medida los tres tesoros que el maestro me legó:


Amar

Ser frugal y modesto

Ceder y no anteponerme a nadie.


Vengo de viaje cruzando grandes  aguas quién sabe desde cuándo.


Esquivo ya a los verbalistas, me aburren hasta el lagrimeo. Y me alejo de quienes abrigan pliegues y dobleces en el corazón.


No existe unión en lo libre si alguien esconde armas en el matorral. 


Compartir sin palabras la mesa y el vino, y así todo tener la más dulce conversación sobre el conocimiento silencioso que se revela en las cuevas es la comunión sagrada de los amigos que se acompañan verdaderamente por el camino.


Quien oculta una animosidad, por más iluminado que se crea, no puede vagar libre y tranquilo entre los hombres que se adhieren a lo humilde y perecedero para poder entregar al mundo su pequeño fulgor.





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