Sentado en dulce contemplación, todo discurre por sus cauces naturales y yo no soy necesario para nada.
Me desintegro, me vuelvo viento, cenizas y no hay ya un cuerpo que contenga a este observador que sin poder articular lenguaje se ríe de la brutal broma cósmica.
Una voz muy antigua dice “Mana”, y me marca el camino para siempre.
Todo se ordena sin intervención. Todo se entorpece cuando estoy.
Y me corro, y suspendo la incredulidad, y los caminos se abren sin esfuerzo, y todo me resulta suficiente.
El sol sale y se pone tranquilo.
El río sube y baja sin forzar.
El pasto crece solo y la garza continúa su elegante meditación.
Las personas se acercan y se alejan buscando quién sabe qué cosa de la imagen que tienen de mí, sin saber que yo no existo, ni ellos tampoco.
Que soy y son lo que queremos ver desde nuestros traumas, proyecciones, anhelos, carencias, terrores y pulsiones más primarias.
Y que sin embargo estar aquí, sin que nos tome el mundo, es la más grandiosa magia a investigar y develar.
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