sábado, 1 de mayo de 2021

El Tao inaprehensible, San Agustín y el niño

 


El taoísmo no niega el valor propio de la lógica y del pensar discursivo y calculador, ya que son de utilidad en el universo de las cosas, los fenómenos, los problemas ordinarios, la resolución de cuestiones técnicas y en el costo beneficio de los negocios de los hombres.


El mundo del Tonal está signado por el raciocinio, el silogismo, el vocabulario florido, el sofisma y el anhelo de convencer, de tener razón. Por la afirmación y la descripción analítica del mundo.


Pero en el mundo del nagual, cuando se trata de alinearse al Tao, a una consciencia superior, al sentido profundo de la realidad, a la integración del individuo en la Totalidad, ese modo de pensar es inútil, insatisfactorio e incapaz de encaminarnos hacia o de mostrar la verdad.


Quizás el único salvoconducto sea el silencio cuando se trata del nagual.


Por eso, Lao Tsé dice del sabio que ha penetrado el Tao: 

"El que ha visto y experimentado no habla,

El que puede hablar, no ha visto ni experimentado nada".


"El Tao que se puede expresar con palabras no es el verdadero y absoluto. Aquello que se puede mencionar del Tao no son sino sus más lejanos reflejos."


Lao Tsé entendió esto a la perfección y es por eso que habló tan poco. Y extorsionado por el guardián de la frontera del oeste, obligado a dejar por escrito su sabiduría, eligió, entre todas las herramientas del pensar y la palabra, el modo que más puede acercarse al inasible mundo del nagual: la poesía.

Y una poesía que jamás afirma positivamente qué es el Tao, sino que rodea y señala a través del humor, la paradoja y el absurdo.


Por eso la poesía nos salva de la locura de querer mostrar y no poder.


Así el maestro nos enseñó que quien orgullosamente afirma demasiado, enuncia y describe con grandilocuencia está a años luz del meollo del asunto.


Lao Tsé y Chuang Tzu nos enseñaron que el Tao se encuentra entre quienes carecen de ruido interno, que incluso hablando estas palabras no llevan ruido dentro. Que hablan poco, jamás afirmativamente, siempre dudantes como quien pisa un río congelado a punto de resquebrajarse. En aquellos cuya palabra es fresca, simple, natural y espontánea.


El conocimiento es infinito. El Tao es indescriptible, el mundo del nagual es inasible para la limitada mente pensante.


No se puede hacer como San Agustín, que pretendía entender los misterios de Dios y la trinidad con su pequeña mente. Esa lección la recibió por supuesto, de un niño, aquellos que están más cerca del Tao, que nadan con comodidad en el océano del nagual. Un pícaro risueño, alegre, irreverente. 


Este niño iba hasta el mar, cargaba agua en un cuenquito, y con sumo cuidado caminaba por la arena hasta un pequeño hoyo. Allí volcaba el agua y volvía al mar.

Agustín lo miraba con sorna y le preguntó: 

-¿Qué haces?

-Voy a meter toda el agua del mar en este pozo. Rió y corrió de vuelta a la orilla.

-¡Eso es imposible! Dijo el santo sabio.

-Imposible es lo que intentas hacer tú. Respondió el pequeño pillín riendo insolente. ¡Querer comprender los misterios de Dios con tu pequeña mente y luego andar por ahí queriendo explicarlo con palabras! Mi pozo es inútil para contener el océano. Pero tu capacidad de comprensión es muy inferior para contener a Dios, y el lenguaje es absolutamente imperfecto para describirlo. ¡Dejame en paz! Todavía me falta mucha agua por meter en mi hoyo.


Jbv


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