viernes, 16 de julio de 2021

La escuela de la enfermedad

 Todos los dolientes que acuden a mi puerta me enseñaron que el dolor no nos hace especiales, que la enfermedad es una dura escuela capaz de ser una vía de iluminación o de aniquilación, y que todo es una perspectiva.


Que un sacudón en el punto de encaje puede dar alas a una vida que se encaminaba al abandono y  a la resignación.


Ví  que tras las máscaras que usamos diariamente existe una gran herida abierta que clama, que todas nuestras acciones parten desde el punto central de nuestro propio sufrimiento personal.

Esa comprensión no pudo más que obligarme a servir a cada cual un vino particular y propio con suma delicadeza, pero sin jamás llevarme a enseñar la autocompasión, ese brutal impedimento.


Saber que mi sombra y mi dolor son quienes muchas veces me justifican internamente y excusan mis fechorías me llevó abrazar y a besar la cicatriz doliente de todos mis hermanos y hermanas que encuentro en el camino.


Sin escándalo, cada cual lleva su cruz. Saber que todos están clavados a una y que nadie es especial por ello es una gran revelación para poder cargarla hasta que me sea dado arrojarla al fuego de algún encuentro con la enseñanza suprema del gran misterio.

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