martes, 14 de julio de 2020

Satori



Cargamos adentro con destellos fugaces, iluminaciones innombrables, incompartibles, que hemos de vivir en soledad y venerar desde un hondo silencio.

Desde aquellas profundidades surge la flexibilidad, la coordinación y sintonía con la cósmica danza. Nuestra mente se hace inmaculado espejo que nada retiene. Todo es reflejado y sigue su paso.

Nos hacemos agua.

Nos quitamos del medio, dejamos de ser un obstáculo, para que Aquello que hemos Visto discurra libre sin ese tonto parado en el medio del camino, que agitando los brazos grita "Yo"!! "Yo"!!!
Nada. Desaparecer.

Entonces ahí quedamos, como un lactante dejado al costado del camino, que se sorprende y sonríe al firmamento, observando sin retención conceptual de ningún tipo el abrirse y cerrarse de las puertas del cielo. Contemplando como embobado lo invisible, oyendo absorto lo inaudible.

Testigo callado del Gran Misterio, incapaz de expresarlo.

Ahí, en el suelo, estando sin estar, con los ojos abiertos, al costado del Camino.

jbv.

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