domingo, 17 de octubre de 2021

La jaula


 


Cuando abrí la jaula me encaminé resueltamente hacia el río. Su inmensidad me sobrecogió.


Vi los pájaros bracita de fuego sobre los ceibos, el cardenal entre las flores, las cotorras confianzudas cerca de un perro y de su tiránica dueña loca de necesidad de control.


La garza mora cazaba sus pescaditos en los bajíos.


Vi gente doctorada en el arte del ocio y el no hacer.


El Biguá meditaba vaya a saber qué silencios sobre una estaca y los juncos bailaban su música invisible.


Me sobre oxigené de libertad.

Sentí calladamente cómo el virus Culpa-ante-el-goce roía mis entrañas.


Volví sobre mis pasos hasta donde siempre había estado mi jaula, no sea cosa que alguien fuera a retarme.


Al no encontrarla, desconcertado pregunté al anciano barredor de hojarasca. Era un viejo largo, flaco y espinudo.


Este rió de buena gana y se le cayó el pucho de la boca. Me dijo que yo estaba loco, que esa jaula nunca había existido y que yo siempre había sido motivo de burla y apuestas entre sus amigos.

Gracias, me dijo, hoy me has hecho ganar una buena fortuna.



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