viernes, 27 de mayo de 2022

La ofrenda y el hermano

 



No hay camino al cielo de los alados que no sea de este mundo.

No tengo ningún interés en los flashes de los seres de luz.

Me gustan el sol y el río y las luces nocturnas del bodegón.


Cortar los cercos que nos separan de los otros. 


Si estás yendo al altar a dejar tu ofrenda, todito olor a palo santo, perfume de ángel y vestido blanco y naranja, pero tu hermano tiene quejas contra ti... Deja ya esa basura en el suelo y corre a la esquina a encontrarte con él.


¿A qué estúpidamente vanidoso dios puede agradarle esa dádiva manchada de sangre?


Vete ya a beber el vino de la unión, a reír, a salir de vos un rato.

Los vínculos son el camino al cielo. El cielo es olvido de sí mismo.

Limpiar el vínculo con los otros es el arduo sendero humano, demasiado humano.


Toda verdadera práctica espiritual conduce al prójimo. Si te deja solo en tu sala de espejos devocionarás a tu propia imagen agigantada y deformada.


 Todo rito es recuerdo de un aspecto de la unión con lo divino. Y lo divino está en el otro.


El arte de acecharse es ver el estado del hilo que nos une a la red de los demás. No de la abstracta humanidad, sino de los que están cerca tuyo, día a día, llenos de miserias y bellezas iguales a las tuyas.


Ofrendar allí toda nuestra energía, en el altar de una esquina, en el templo de la orilla, de la huerta, de la mesa compartida, del trabajo, de la casa, del asado y el partido del domingo.


Dios tiene cara de otro. El espíritu es la fuerza y la potencia impecable de tu decisión inclaudicable de limpiar esa mugre que te impide unirte a los demás.

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