lunes, 2 de mayo de 2022

El samaritano

 



Tanto nexo con la divinidad,
Tanta carga de teoría, ley e instrucciones pueden hacerte seguir de largo frente al hermano que sufre o no acudir al llamado del amigo que te invita a compartir. 

Santos, monjes y ermitaños con cataratas en los ojos y un callo en el corazón.

Proceder como el samaritano de la parábola, que se conmovió y se detuvo ante el herido que yacía en el camino es solo posible mediante un proceso de desagregación, no de acumulación. 
Deshacerse de ideas, de dogmas, de juicios, de conceptos y teorías. Todas esas son cortinas que suelen alejar a la persona de la vida misma que está latiendo a su alrededor.

Terminar la ansiosa búsqueda justo aquí, en lo que están viendo tus ojos, en lo que están oyendo tus oídos, en lo que tu propia conciencia es capaz de percibir y recomendar.

Acercarse, no alejarse.
Hacerse común, no especial.
Volverse ordinario, no extraordinario.
Sin más ritual que el que se cumple entre los tuyos,
Sin más salmo que una risa compartida,
Sin más comunión que esa comida y ese vino entre amigos,
Sin más bautismo que una caminata con tu amor bajo la lluvia.

Lo que tan ansiosamente buscamos durante años está justo frente a nuestra nariz.
El manso de Dios no pudo ser más sencillo. No predicó perderse en angélicos mundos.
Visitó al enfermo y al preso
Prestó a quien sabía que no devolvería,
Compartió entre sus amigos y amigas,
Comió y bebió lo que le fuera servido,
Trabajó oscuramente en su oficio.
Enseñó lo que su unidad con el padre le dictó.

¿Qué parte del árbol no contiene la verdad de la vida?
¿Qué cosa que diga tu hijo no constituye un sutra sagrado?

Tanto embrollo en tu práctica santa puede hacerte creer que lo demás no lo es.
Tanta teoría puede hacerte pensar que en el libro de la vida de los hombres no existe un conocimiento silencioso.

“¡Estén en el mundo pero no sean del mundo!” Dijo.

¡No sigas de largo con la mente y el corazón allá tan lejos!
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