Oscilo entre la delicadeza y la brutalidad,
La conciencia y la ignorancia,
El coraje y la cobardía,
Lo sublime y lo mundano,
Entre el monje y el borracho.
Son mi pie izquierdo y el derecho,
Y los caminos que sigo son entre tantos posibles adentro del bosque,
Casi un displicente abandono.
Se acercan y se alejan,
Llenas de decepción,
Personas encantadas.
Yo silbo con mi boca torcida,
Visito a la gente en sueños,
Escucho historias y cuento cuentos.
Un Cristo de madera y sin manos preside mi humilde estancia, y yo le presto las mías para que alivie en algo a los dolientes que acuden a mi casa.
Duermo largas horas,
Como con ganas,
Yo nada hago y las estaciones se suceden en perfecta armonía.
Espero ardorosamente que nadie espere nada de mi, ya que esa es mi propia liberación.
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