jueves, 6 de junio de 2019

Fuego




El fuego es el sello absoluto de la humanidad. Ninguna otra especie lo ha utilizado o producido.

La posesión del fuego es un hecho exclusivamente humano. Hemos nacido en el momento justo en el que allá lejos, bien lejos, el fuego comenzó a ser domesticado.

Encender una fogata es una actividad que nos conecta profundamente con nuestra ancestral genética humana.

El primer y el último eslabón de la cadena humana se unifican con el acto de prender fuego.

El ritual de encender una hoguera en estado meditativo nos funde con el Gran Misterio del hombre en la tierra.

El fuego hace resurgir nuestra animalidad ancestral dormida. Es el rito más primal que podemos realizar como integrantes de la especie humana.

Nuestro cuerpo y nuestra interioridad fueron moldeados por más de tres millones de años de presencia en este planeta, desde que algún oscuro homínido bajó del árbol y se paró en dos patas.

En ese lapso, nuestra fisiología se diseñó para nutrirse de determinados alimentos, para ejercitarse y moverse intensamente y en una amplísima gama de movimientos por períodos, y a holgazanear a gusto durante otros.

No estaba sometido al estrés crónico, sino a momentos de estrés agudo, intenso, pasajero, que servía para enfrentar una cacería, una huida, una lucha o una catástrofe natural.

La relación con el entorno y con las fuerzas de la naturaleza visibles e invisibles fue el tipo de espiritualidad que forjó durante milenios nuestra indagación interior.

Estábamos en la tierra fundidos entre sus energías y éramos parte de ella. No buscábamos a seres de otros cielos allá arriba.

Fueron más de tres millones de años.

Hace apenas unos ocho mileños, en otros lugres aún menos, es decir ayer, se produjo la llamada "revolución agrícola" que nos ató a la parcela cultivable, nos hizo más sedentarios, se redujo drásticamente la variedad de los alimentos, y  pasamos a estar nutridos con un tipo de comida para la cual nuestra biología no está diseñada.

Aparecieron sociedades complejas, los Estados, la coerción, diferencias sociales, superpoblación, epidemias y religiones institucionalizadas. La  guerra de conquista y la muerte organizada.

Hace solo un poco más de cien años el mundo comenzó a descalabrarse dramáticamente, con la destrucción cada vez más salvaje de la naturaleza, con el alejamiento absoluto del ser humano de su animalidad, el sedentarismo, el estrés crónico, la sobreabundancia de comida artificial y la vida moderna "feed lot", el hacinamiento en ciudades contaminadas, enfermedades degenerativas en masa, confort endémico como máxima aspiración humana.

Muchas respuestas quedaron allá, y permanecen en lo profundo de aquellas cavernas.

El fuego fue el primero de nuestros dioses, y la naturaleza toda nuestro templo ancestral.

Todas las tardes que el cielo me lo permite, prendo un fuego y entro en comunión con ese lejanísimo primer homínido que supo dominarlo, y con la larga cadena de eslabones humanos que nos une desde entonces hasta hoy.

El fuego es el ritual primigenio, el más primal de todos los actos que nos hace humanos, animales humanos habitando esta tierra.

Porque el fuego transforma, transmuta lo que es, en otra cosa que ya no puede jamás volver a ser lo que fue. Es el dios montaraz, la  fuerza que transformó lo que éramos, en lo que fuimos hasta hoy.

Porque genéticamente seguimos siendo idénticos a esos antiguos abuelos intrépidos cazadores de la edad de piedra, pero habitando totalmente desorientados esta era espacial.

Jbv

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