jueves, 2 de febrero de 2023

Escribir con los pies

 


Mis textos no son de escritorio, muchísimo menos de biblioteca.

Llegan de alguna parte para marcharse de nuevo.

Son hijos de libretas instantáneas, de anotación repentina.


Están en movimiento, llenos de camino y quemados por el sol y el viento.


No quieren ser anquilosados, obesos. Son ligeros, como un biguá que pasa volando y se queda luego largos minutos en silencio sobre una piedra. Luego se lanza al agua, sale orgulloso con un pez, lo traga y vuelve a volar quién sabe dónde.


Los libros nacidos entre cuatro paredes, sentados, con la cabeza gacha sobre el papel y el estómago aprisionado por la curvatura me caen pesados, indigestos.


Escribo de prisa, con liviandad, cosas que me llegan entre largas caminatas, corridas, viajes, prolongadas sentadas a contemplar silenciosamente el río.


Ya no me seducen los libros escritos con las manos sino aquellos concebidos con los pies.


Caminar es un poco la clave de lo que nos hace humanos.

Todo lo que expresa ese movimiento, ese ir, ese estar yéndose, toca alguna fibra en mí que me une con la larguísima historia migrante de la especie.


Don Segundo Sombra fue el gran libro de mi temprana adolescencia, ese gaucho que anduvo y anduvo por mi amada llanura.

Ese que finalmente se fue, sin destino, como quien se desangra.

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