miércoles, 6 de junio de 2018

El arroyo cerrado





"A veces -dice la Abuela Tatachina-, el rumbo que tomamos es como alguno de los infinitos arroyitos del delta que se duermen allá adentro, sin salida, cerrándose al fondo para terminar cortado en un pajonal o enredado en un camalotal.

Dependerá del grado de Visión que tengamos, lo profundo que nos adentremos en el arroyo.


Éste va dando señales de que al final no hay salida: se van raleando y terminando los ranchos, árboles caídos lo cortan, la presencia de animales silvestres, el griterío de las pavas de monte, o camalotes sueltos desprendidos de uno mayor que de seguro está aguardando allá al fondo; el agua es clara y transparente.

Cuantimás Veamos, cuantimenos Ceguera tengamos, antes caeremos en la cuenta de que ese rumbo tiene mal destino, y corregiremos la navegación.

Cuantimás emperrados estemos en nuestro andar, más adentro remaremos, y a veces, será necesario llegar hasta el final para entender lo que el río quiere decirnos y no queremos escuchar. Son los precios que la isla le cobra al distraído o al abandonado", dice doña Tatachina.

"Deberemos enredarnos y cortarnos entre la pajabrava y el camalotal, hundirnos en el barro de la bajante para desatascar la canoa sufriendo las torturas de la mosquitada, enterrados hasta las rodillas y más. Tendrá que empujar la piragua para atrás, volver, volver y corregir el rumbo.

Más vale andar mirando las señales que son muchas y claras."

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