miércoles, 6 de junio de 2018

Fiestas, identidad y el camino perdido

Cuando un pueblo tiene identidad, simplemente se comporta tal cual es, sin reflexionar demasiado sobre el asunto, natural y espontáneamente. En alguna reunión, todo es música habitual, comida cotidiana y vestimentas usuales.
"Perdido el tao, aparecen los ritos y las reglas de cortesía".
Cuando un pueblo ha perdido su identidad, las fiestas, las ceremonias, son preparadas, pensadas, organizadas, se piden reglas de asistencia y se guían minuciosamente.
Uno se comporta y se viste como se espera y la identidad perdida se hace de cartón y nada huele natural, espontáneo.
Queda la sensación de que todo se ha ido y de que el río de montaña no vuelve para atrás.
Decía Yupanqui: "folclore es todo aquello que el pueblo aprende sin que se lo enseñe nadie". Y nos vemos en la necesidad de enseñar folclore.
Nadie busca lo que no ha perdido.
Olvidado el camino por falta de transitarlo, aparecen los mapas y los gps.
Cuando se perdió el modo de vida natural, aparecen los recuerdos, los rituales, la nostalgia y las vestimentas típicas.
Cuando las costumbres han cambiado se inventa el costumbrismo.
Si la tierra y la soberanía se han perdido o entregado se fogonea el patriotismo y la lealtad a la bandera.
Cuando no sabemos quiénes somos, vivimos reflexionando, haciendo intro y retrospección, ponemos mojones e hitos. Organizamos fiestas, actos y nos ponemos solemnes, graves, oficiales.
Un pueblo con identidad que no se ha desviado de su propio camino vive sin artificios, sin adornos ni caras serias. Las fiestas típicas no son pensadas, se hacen nomás, sin cavilar demasiado. La comida es comida, la música es música, la ropa es ropa y no disfraz.
El que anda su camino cotidianamente no precisa mapas ni baqueanos que le guíen por los senderos de lo que debería ser su propia identidad.
¿Qué hay de lo que hacemos a diario de esa patria que añoramos y celebramos?
Quien está inseguro de su identidad o la desconoce necesita afirmarla ruidosamente. Pero una vez perdida esa identidad, se encierra uno en la tremenda paradoja de que no afirmarla ruidosa y artificialmente, hace que se pierda todavía más lo poquito que ha quedado.
La gran tragedia del río que corre y del que anhela hacerlo volver empujando para atrás.

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