lunes, 30 de agosto de 2021

Un eco perdido buscándolo a Dios.


 


El hombre moderno ha creído enterrar el sentimiento religioso, la veneración por el Gran Misterio, por lo incomprensible en una honda fosa en el medio del bosque.


Pero ese hoyo se ha vuelto su propio inconsciente.


Creyéndose muy racional, lógico y dueño de sus acciones, desde el fondo de la especie, ese anhelo continúa latiendo, transmutado hoy en la Ciencia como última autoridad, en la ley, la política y la ideología como praxis cotidiana capaz de encausar las pulsiones vitales, en los políticos como sacerdotes intermediarios entre los poderes sagrados de la maquinaria estatal y la plebe.


Toda veneración al símbolo de pertenencia a una nación, a un partido, a una ideología, la apelación a la casta Vestal científica como última verdad oracular y refugio mental.


El hombre moderno es devoto de lo incomprensible sin siquiera darse cuenta. La especie clama desde la sombra del tiempo en que en las cavernas pintamos nuestros más sombríos interrogantes.


Humildemente, me reconozco profundamente religioso. 

Como decía el bodhisattva de Pergamino: "sé que dentro mío hay un eco perdido buscándolo a Dios".

No poseo ninguna certeza. Conmovido por el Gran Misterio que no alcanzo a develar, navego esta existencia como un barquito sin vela ni timón.


Comulgo con las fuerzas del río, del viento, la vastedad y la montaña.


Rezo mis salmos sencillos y callados. Susurro mis mantras de poder, me nutro del Mana del que me habló Aquella Voz Esa vez en dos oportunidades.


Callo, ignoro, contemplo sin comprender. Atisbo que alguna verdad hay en el vínculo con los otros y me vuelvo humano, demasiado humano entre las ansias de este mundo tan lleno de convencidos.



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