Soy agua que viene del fuego y del fragor de la guerra.
Soy agua que se dirige a la tierra y al remanso. A la feminización y a la santa inoperancia.
Aquietar el corazón es quizás la más elevada tarea y el mayor aporte que puede hacer un hombre al mundo.
Todo se acomoda por sí mismo en un espíritu asentado.
No disputan las diferencias,
No se distinguen los opuestos
Y el gobierno de las cosas se vuelve superfluo y una actividad pueril.
Saber mucho de esto y aquello es ruinoso para el que sigue el camino del callar como método de relación con el universo.
Los que miran el Es combaten por la razón y la luz por medio de la inteligencia y la agudeza.
Pero mejor es mirar la nada,
Como un estático Biguá sobre su rama.
Entrar en el recinto donde todo es lo mismo y uno deja olvidado en un rincón las cosas y el aburrido reclamo del yo. Y ya no tiene nada que decir al respecto de ningún asunto.
Abismarse en el mar sin costas apaga los bríos del guerrero ya sin guerra que luchar.
Y busca poner los pies descalzos en la tierra,
y al fin, asentado en la santa inoperancia y sólidamente afirmado a la divina ignorancia, el noble combatiente procede a cortarse la cabeza.
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