El campo labrado y las tormentas son el ansiado tiempo de la primavera y la expansión.
Una actitud interna receptiva, abierta, fértil, es el modo en que el sabio trata los asuntos y los movimientos exteriores del mundo.
Sembrada esa simiente, ya no es necesario un hacer activo. Las fuerzas están en juego ya. Dejar que todo ocurra, sentarse a comer y beber, y disfrutar de los días que el cielo nos regala bajo el sol. Todo lo demás sería vanidad y correr tras el viento.
Aquietarse internamente siempre es una buena cosa.
Desde esa honda cueva a la que siempre podemos recurrir cuando sobreviene la agitación es posible leer correctamente los tiempos, obtener la visión del equilibrio-desequilibrio y jugar a favor de la armonía general de las energías regentes.
Hacer y no-hacer con el ojo interno enfocado en el balance es el meollo del Wu Wei, que nada tiene de quietismo o resignación.
Quitar el obstáculo que impide el flujo es un no-hacer adecuado.
Intervenir enérgicamente para cortar un exceso es un no-hacer oportuno.
Abstenerse de intervenir para no interrumpir un suceso que sigue su curso natural es un no-hacer santo y sin tacha.
Aquietarse internamente, parar el mundo y enfocar la visión interior en el balance-desbalance de las fuerzas que rigen el momento es el sabio y secreto camino del que se corre a sí mismo del medio. Del que se anula como vara de medición de preferencias y aversiones frente los asuntos.
Los que miran sin ver, los que oyen sin escuchar, los que tocan sin percibir, los que tragan sin saborear, continuamente llevan su agitación interior a todas partes y la acarrean a todos sus menesteres.
Así, hacen cuando debieran abstenerse y se abstienen cuando deberían intervenir.
Hacia ese abismo van el mundo, sus pésimos actores y sus demenciales procederes.
Ante un escenario semejante, aquietarse, aquietarse y aquietarse más.
Allí está la cueva de silencio interior a la que siempre es preciso retornar.
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Susurros del I Ching, Trueno sobre la Tierra a Montaña sobre Montaña.
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