Sin buscar busco hallar lo que aquellos dejaron sembrado en las cuevas.
Sin que importen para nada las elucubraciones de los doctores de la ley, los catequistas, teólogos, dogmáticos y demás artistas del rito, el silogismo y la palabra.
En cuclillas, con la mirada lejos y cerca del fuego.
La observación salvaje, portando un silencio interior abrumador, la expresión absorta, el corazón abierto y la cabeza vacía.
Sintiendo la fuerza, la voz antigua que viaja en el aire. Ir hacia los sitios que fueron santuarios y lugares de poder.
Y con-templar, en cualquier parte hacerse templo con el hálito vital que galopa en la sangre de cualquiera que asuma su humanimalidad olvidada y descarte al fin el ansia empobrecedora de volverse un ser civilizado y domesticado.
¿Será como dijo Picasso, que después de Altamira todo es decadencia?
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