No existe el esfuerzo si tu hacer es una espontánea manifestación de tu naturaleza intrínseca, si tu acción proviene suave y líquida como el flujo de un interno manantial.
La minuciosa y detallada preparación de las cosas es el camino enseñado. Suspender la incredulidad y dejar libre el curso de los fenómenos es menospreciado.
Abandonar la competencia y la eficiencia está penado por las normas frenéticas del mundo de hoy.
Estar tranquilo más que agitado es sospechoso.
Dormir la siesta y no tener reuniones pareciera un ominoso pecado.
Renunciar a un beneficio por evitar la fatiga es aberrante.
Responder “nada” a la mecánica pregunta “¿Qué hacías?” es tabú.
Vislumbré que el mundo se nutre más de mi correrme del medio que de mi intervención permanente.
Ampliar la visión disuelve la separación y el señalamiento de esto o aquello.
Hacer y decir cosas obvias es volverse un personaje excéntrico.
Quien habla mucho termina diciendo tonterías.
Quien calla por demás, artificialmente, quizás le quite a alguien la posibilidad de oír una verdad.
Estando aquí, sabes cuándo sí, cuándo no.
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