No se puede pensar el mundo desde tu propia provincia,
Ni a los otros desde el propio acotado y mezquino sistema de creencias.
Cada lugar y cada persona es una fugacidad inasible que se escapa en la primera etiqueta.
Y paradójicamente entendemos que podemos conocer el mundo sin salir por la puerta y entender los caminos de Cielo sin mirar por la ventana.
Los disfraces del mundo avanzado se descascaran en una conversación, y el salvajismo de los pobres se viste de seda frente al ocaso de los reyes.
En cada taberna una revelación, en cada templo un desengaño.
En cada santurrón un rabioso iracundo, y en cada descastado un amoroso hospitalario.
En cada justiciero un tocapelotas salvador de la humanidad y en cada desentendido de las cosas del mundo el natural extender la mano sin importar a quien.
En el académico toda la soberbia de los claustros
Y en la gente sencilla del campo toda la sachasofía del mundo.
¡Qué impedimento los conceptos!
Lanzar al tacho todas las ideas de cómo son las cosas, no predicar nada con la boca, y dedicarse a simplemente a disponerse a toda posibilidad con los ojos y los oídos bien abiertos y los labios sellados.
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