Un arco en el cielo,
Un arco en la tierra,
Y ahí jugamos el partido entre los susurros de Dios y el clamor de los hombres perdidos.
En los huecos del desierto la conciencia alcanza el cénit, recoge el néctar
para luego caer en Cruz hasta el centro de la aldea y así compartirlo con los demás.
Porque entre ellos nos damos a luz,
Allí está nuestro dojo de práctica más exigente y definitiva.
Tu propia verdad late en una honda caverna interior a la que puedes acceder en procura del más puro y sólido silenciamiento.
Y es en esta gran taberna humana que esa verdad se realiza y es completada entre todos los demás ebrios que se acodan en la sagrada barra del templo sostenidos por el inagotable hilo de la existencia, buscando a aquel que solo el silencio nombra.
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