El estado en el que se hallan nuestro espíritu y nuestra
mente es de vital importancia para la salud integral de la persona.
Por eso, quien porta la sabiduría médica orienta en este
sentido a quienes llegan a su puerta, y él mismo es testimonio vivo de lo que
recomienda a otros como camino hacia el bienestar.
Enseña a no dar excesivo valor a la inteligencia conceptual
y dualista. Así logra evitar las discordias interiores y la fragmentación entre
debo/no debo, bueno/malo, soy esto/soy aquello, tengo razón/no la tengo.
Enseña la frugalidad y a simplificar, a desconfiar del lujo
y a no impresionarse por las riquezas y las complicaciones. Así la mente deja
de robar energía, salud, tiempo, serenidad, buen sueño, aplacando la codicia y
sabiendo cuándo es suficiente.
Enseña a no deslumbrarse por los artificios que la
civilización ofrece. Así el corazón abraza la sencillez, se vuelve más puro,
natural y menos embrollado.
El gran médico se ocupa de la salud física, espiritual y
psíquica, enseñando meditación y cultivo energético; vaciando la mente de
pensamientos, a ir más allá de ellos, observándolos con ecuanimidad, y llenando
el bajo vientre de energía vital a través del correcto trabajo respiratorio.
Muestra el camino de vaciar el corazón de deseos desenfrenados y de gestionar
adecuadamente las emociones para que no se vuelvan factores de desequilibrio
patológico. Aclarando el corazón y robusteciendo el cuerpo físico hasta la
última célula.
Ayuda a los dolientes que acuden a su puerta a abandonar el
lío mental, a serenar el incesante monólogo interior, a calmar los
desenfrenados e insaciables deseos de más.
Muestra que cuanto menos hacemos por arreglar las cosas,
mejor éstas se arreglan.
Solo se deben quitar obstáculos a la natural capacidad del Ser
de vivir en salud y a tener paz en el alma. No exista nada más que hacer.
jbv
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