sábado, 4 de diciembre de 2021

La prisión

 “Hace mucho que hago X, ya no puedo cambiar”.

“Hace muchos años que soy un reconocido Y, no puedo abandonar mi trayectoria.

“Tengo una gran carrera como Z, no puedo dedicarme ahora a otra cosa.”

“Tengo todas estas cosas que mantener, no puedo trabajar menos”.

“Siempre dije que A, B y C, ¿cómo voy a cambiar ahora de opinión?”


El loro estaba preso en su jaula dorada por su lenguaje pulido y florido. El gran rey se divertía como loco escuchando al ave.


Un día, otro loro salvaje se acercó a la jaula y se posó sobre la ventana. El monarca observaba curioso cómo parecían cuchichear.


Al rato, el visitante voló hasta un árbol del otro lado del jardín.

El loro prisionero cayó desplomado.

Apenado, el rey pensó que el intruso podría haberle inoculado alguna enfermedad fulminante. Abrió la jaula y lanzó el cuerpo por la ventana.


En plena caída, el loro hablador revivió y voló torpemente por falta de práctica hasta la rama dónde se hallaba el otro pájaro.


Ambos rieron a carcajadas, y el rey, lejos de enojarse, sonrió frente a la treta de liberación.


El árbol en el que se posaban llegó a viejo por ser inútil su madera.

Para el ave, su talento al servicio del rey significó su cautiverio.


Las palabras que te decís en tu incesante diálogo, aquello con lo que te identificas se vuelve tu calabozo.


Hoy, este humilde in-servidor de vida inexplicable quiere ser el lorito visitante que te susurra desde afuera de la jaula…


“Hazte el muerto… estás preso porque hablas…”

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