En la pequeña barca que navega por el río, el barquero carga valoraciones, solemnidades, justicias y castigos.
Va pesada la barca. El barquero infla el pecho y sus ojos centellean de vigilancia. Lanzan fuego a los jocosos que ríen chapoteando en el agua, a los que bendicen el barro que se arrojan unos a otros como juego cargado de santa y niña violencia.
El sublime barquero pasa, resopla disgusto y desprecio.
Todo lo santo e inmaculado lo aplasta hasta provocarle una horrible joroba en su espíritu gris.
Como la luna lasciva observa furtivamente en la noche a los amantes que con desparpajo expresan su potencia vital y su ansia de vida entre los sauces de la costa que con sus hojas colgantes acarician y dicen a dios al río que siempre se va.
La barca está cada vez más pesada y el agua está bajando de forma preocupante.
El cielo está lejos esta mañana, y el barro repugnante del fondo del arroyo está casi a la vista del severo despreciador de la tierra.
La barca llena de valoraciones no puede avanzar más. Bajante, barro y el Gran Camalotal florido en el que los remos se enriedan protestando.
Un coro de niños risueños y de salvajes adoradores de la tierra y de la vida se lanzan al rescate del tenso valorador.
¡Salvenme! Ruega tembloroso. ¡Pero sepan que merecen el peor de los castigos, el destierro y la sanción! ¡Burlones! ¡Irrespetuosos de lo sublime! ¡Adoradores de lo pasajero y lo que tiene olor!
Con horror, escuchó que para sacarlo de allí era menester aliviar la barca deshaciéndose de la pesada carga. Sino, la noche caería sobre el.
A las aguas del arroyo fueron a parar los juicios, todos los debes y no debes, el ansia de castigar y vigilar, la solemnidad.
Lleno de desconcierto, el barquero vio que su barca ganaba flotabilidad. Los niños reían, maldecían y los salvajes adoradores de la tierra se embarraban hasta la cintura tratando de mover la embarcación.
La barca empezó a flotar y a ser llevada aguas abajo, liviana, por la corriente que también parecía reír.
El horrorizado barquero veía su carga perderse y hundirse.
¿Qué haré yo ahora con toda esta voluntad de cargar cosas pesadas??! ¡Malditos sean ustedes aliviadores del espíritu!
Al fin se perdió en un recodo del río y los niños y los salvajes siguieron jugando, los amantes amándose y olvidaron al barquero de inmediato, porque todo lo que es se lo lleva la corriente del río de la vida, y ya no vuelve más, sino es transformado.
Cuentan que alguien vio al barquero volver, menos tenso, algo risueño, con la barca vacía.
Un día bajó a la orilla, lanzó barro violentamente contra la cara de uno de los niños. Éste río a carcajadas y se lo devolvió. El barquero también río, y no le dio importancia al ver que la barca se iba, vacía, liviana, a la deriva, suelta, por la corriente del río que siempre se va y que se lleva todo hacia la transformación definitiva.
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