Cuando te olvidas del esfuerzo es que tu camino se ha vuelto auténtico.
Cuando tu mente ya no está enredada en esto o aquello es porque tu corazón está sosegado.
Cuando tu andar se desliza sin tensiones, despreocupado y tranquilo, dirigiéndose hacia donde va tu sentir, otras personas sufren tironeos internos y te transforman en una denuncia.
Cuando todo tu ser está descansado, otros se hacen conscientes de su brutal agotamiento.
Se enojan, se llenan de miedo, creen que estás loco o sos malo.
El miedo o la compasión pueden susurrarte al oído que vuelvas sobre tus pasos y regreses al horroroso reino del deber, la honra, la deshonra y la mirada ajena.
Y aunque nadie es profeta en su tierra, no tus palabras infumables, sino que tu energía fácil, simple, fluida, que ya ha vomitado los restos del fruto del árbol del bien y del mal sea una generosa invitación a todas las personas amadas a aflojarse el cinturón, a sacarse los apretados zapatos y meter los pies en el Gran Río de la vida, que siempre llama pero al que pocos acuden verdaderamente a entregarse a sus aguas.
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