jueves, 10 de marzo de 2022

Holgazanear

 



Mientras el nazareno vagaba por los desiertos de Galilea, holgando en Contemplación, en hondas conversaciones con quienes se acercaban a él, en el compartir el vino, el pan, el pescadito asado en compañía de sus amigos y amigas, la moral occidental, cristiana, católica o protestante, tornó una injuria al Señor toda resistencia a la acción y convirtió a la improductiva dilapidación del tiempo en el peor de los pecados.


Dormir la siesta, un pasaporte al infierno.

No intervenir para arreglar las cosas, un despropósito.

No producir más de lo necesario, anatema anticapitalista.

Suspender la incredulidad y entregarle los asuntos al Supremo, una derrota total de la razón pura y práctica.

Tomarse la vida con más calma, estigma de irresponsabilidad.

El ejercicio lento de lo cotidiano, síntoma de flojera crónica.


Sobre el altar más sagrado del mundo de hoy se depositan como ofrendas:

La productividad

La proactividad

La multiocupación

El estrés

La competencia

El esfuerzo

La velocidad

El éxito

La fama

El desear siempre más

La iniciativa

El lucro

La ganancia

La multiplicación


El plomazo de Kant escribió en su “La ociosidad y el deber de combatirla”: “el valor del hombre estriba en la cantidad de cosas que hace”.


Y yo que andoi por el mundo intuyendo que el valor del hombre estriba en la cantidad de cosas de las que puede prescindir, abstenerse de hacer, necesitar y en su visión germinal para acoplarse al curso natural de las cosas recostado en una receptiva y divina inoperancia.


El pescadito del hijo del carpintero en la orilla y el vino con los amigos,

El despertar de Gautama bajo el árbol Bodhi tras haber abandonado todo hacer,

La visión de Fu Xi mientras vagaba a la vera de un arroyo de que Lo Receptivo e inactivo es la clave para la creación,

La renuncia y el retiro del viejo archivero hacia el poniente,

El inconmensurable silencio del avatar Meher Baba.


Son todos tesoros hallados sin haber hecho nada para encontrarlos.


María sentada a los pies del maestro nutriéndose de la palabra, mientras Marta, llena de resentimiento por el ocio de su hermana hacía y hacía, y no “perdía el tiempo”. Su copa al final quedó sin ser servida.


Quienes esperan vacíos, cuando son visitados son capaces de abrir.


Quienes están saturados de tareas, bienes y ocupaciones no oyen el timbre.

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